Los festivales de cine, además de erigirse en Parnasos de la actualidad cinematográfica, cumplen la función de ser focos de información, así a secas, sin el apellido de "cinematográficos". Siempre hay películas que se cuelan en festivales con el único objetivo de hablarse de ellas, de aprovecharse del agujero negro informativo que los rodea y acabar obteniendo el ansiado premio de "escándalo del festival". Hay muchos directores especialistas en ello: Lars Von Trier (y su Anticristo); Michael Haneke; Gaspar Noé; Won Kar Wai; Darren Aronofski; Richard Kelly; y muchísimos otros que no son ni tan siquiera conocidos.
Como muestra un último botón: Mathieu Seiler y su Orgienhaus. Un perfecto desconocido que presentó una interesante película, a la par que soporífera, que encolerizó al público del Zinemaldi a comienzos de la década en el debate posterior a la proyección. Como mandan los cánones festivaleros, me acerqué a él y le estreché la mano felicitándole por la película. Él no ha vuelto a dirigir y yo casi ni recuerdo fotograma alguno. Es lo suyo.
Sirva esta mastodóntica introducción para situar en contexto esta película, primera que dirige Jaco Van Dormael, belga, en los últimos diez años. Van Dormael pasó del anonimato a un cierto estrellato con Totó, el héroe, película con la que consiguió la Cámara de Oro en el Festival de Cannes y con la que se llevó el César a la mejor película extranjera. Una historia triste, realista y dura donde se empezaban a notar los primeros trazos de la cinematografía del peculiar director belga.
Su siguiente película fue El octavo día, en la que se adentra en la enfermedad del síndrome de Down para firmar una de esas películas que me resultan tan bellas como incómodas de ver, con la que sus actores, Daniel Auteuil y Pascal Duquenne, ganaron el premio a mejores actores en Cannes. De hecho Auteuil llegó incluso a estar nominado a los Globos de Oro por su interpretación de Harry.
Desde 1996, el silencio se ha apoderado de Van Dormael, que vuelve a la carga con un proyecto muy ambicioso, cifrado en 30 millones de euros, y que ya ha sido calificado como "la película más loca del cine belga", y que según se rumorea lleva en la mente de su director alrededor de trece años.
Con lo que parece ser un cambio de tercio de la temática de sus anteriores films, al menos en apariencia, Van Dormael amenaza con plantear una historia de pseudo ciencia-ficción, con tintes de fábula poética que nos remite directamente al intento de Won Kar Wai con 2046. He llegado a leer que se plantea como "una declinación a la vez retro y futurista del universo Van Dormael". O lo que es lo mismo, uno de esos ejercicios de pretenciosidad y culto al ego que generalmente sólo tienen cabida en magnos eventos como festivales de cine y no en pequeñas salas de cine.
Lo curioso de todo el asunto es que Van Dormael ha conseguido reunir a un interesante plantel, con Jared Leto al frente, y con Diane Kruger y la interesantísma Sarah Polley, que dio la campanada dirigiendo Lejos de ella, y habitual de Isabel Coixet, aunque me quedo con su actuación en El dulce porvenir de Atom Egoyan.
Una de las apuestas de Venecia del 2009 que se puede vanagloriar de habérsela arrebatado a Cannes, después de que Van Dormael rechazase una proyección fuera de concurso.