Crítica de la película Vozvrashcheniye (El regreso) por Hypnos

Una vieja catarsis, que debe dejar paso a nuevos nacimientos


2/5
15/03/2004

Crítica de Vozvrashcheniye (El regreso)
por Hypnos



Carátula de la película Corría el año 1962 cuando un joven de treinta años, cuasidebutante en esto del cine, y que venía de la oscura, por lejana y tan cercana, Unión Soviética sorprendía a propios y extraños ganando el León de Oro en Venecia con la película “La infancia de Iván”. Aquel joven se llamaba Andrei Tarkovsky, uno de los mayores talentos cinematográficos que ha dado la ex URSS. Desde este hito, todo director que sale de esas tierras tiene que pasar por el “honor” de ser comparado con el maestro; aquel que incluso se llegó a equiparar con Kubrick tras realizar “Solaris”, en un escenario propicio para este tipo de excesos: la Guerra Fría.

Hoy en día no hay ningún Telón de Acero que franquear, pero aún continúa la alargada sombra del malogrado Tarkovski, como vara de medir genios cinematográficos. Y más si cabe cuando como en este caso, Andrei Zyvagintsev, director de “El regreso”, irrumpe en la escena cinematográfica mundial ganando un León de Oro en Venecia. Desde luego, no voy a entrar aquí a realizar una comparativa entre ambos, tiempo habrá para hacerlo en el futuro; sólo diré que muchos pretendientes hay, muchísimos “herederos de”; pero pocos nombres propios de los que se busquen herederos.

En fin, arranca la película con una poderosa escena inicial para después ir decayendo y perdiendo en apenas quince minutos todo el interés con el que nos ha despertado. ¿Y quién tiene la culpa de todo esto? ¿El director, que plano a plano nos demuestra que la escuela soviética de cine sigue viva: la frialdad en la planificación, la meticulosidad con la que coloca la cámara para hacernos espectadores, pero sin permitirnos ir más allá, dándonos las mejores vistas para juzgar sin involucrarnos? ¿O es que acaso el trabajo de los actores no es consistente, a lo largo de 110 minutos en los que consiguen siempre hacernos creer algo? ¿Su fotografía, tan meditada y buscada, para apagar los colores y fundirlos con un calmado mar? Desde luego, de estos puntos no tengo queja; ya que el culpable de sentir tedio y aburrimiento en el devenir de estos niños y de su padre es el guión. Como espectador debe decirse de él que es lento, previsible, y, lo peor de todo, artificioso, tanto que impide creer desde una atalaya realista en aquello de lo que nos hacen espectadores. Y el tiempo pasaba en la sala y yo me preguntaba el porqué de querernos contar esta historia...hasta que comencé a vislumbrar algo.

La artificiosidad sólo podía estar justificada por unavoluntariedad absoluta. El guionista adrede nos lleva a un pedazo de escenario real arrancado de su realidad; un mero teatro en el que nos contará, a modo de parábola, la historia que mil veces han contado cineastas provenientes de los países de influencia soviética. Y nos dice: señoras y señores les voy a dar mi versión de lo que ha supuesto el comunismo para nosotros; su vida, su derrota y lo que el futuro nos depara sin él.

Monta una historia cerrada con dos niños que simbolizan las generaciones de la estertórica y decayente etapa comunista; y su padre, encarnando el comunismo, en su afán por dirigir ; por reeducar ( ¿porque dónde ha estado en los tiempos en que su madre realmente los educó? ); es muy significativa al respecto la litúrgica escena de la comida cuando el padre se levanta; por adoctrinar; por necesitar que le llaman papá aun cuando por mucho que sea su padre no lo es realmente. Y de esta manera suma y sigue para quien haga el esfuerzo o entienda ese lenguaje. Seguir por esa línea supone un interesante entretenimiento intelectual: descubrir cómo la opresión del padre termina por hacer vencer a Ivan sus miedos y encaramarse a la torre de esa isla tan artificiosamente perdida y desconectada de la realidad; cómo cuando Iván consigue esa libertad de vencer sus miedos, la figura del padre “cae” por su propio peso, innecesaria, como han sido muchas escenas de la película; comprobar cómo deben arrastrar con su cadaver, con ese pasado tan podrido, hasta que termina por perderse y dejarles solos en su regreso. ¿A qué regreso se refiere el título? ¿Al del padre o al posterior de los niños? ¿A esas marcas de las ruedas en la arena que se confunden las de ida con las de venida? ¿A esa cámara que titubea para terminar la película retrocediendo, regresando?

Si estas suposiciones son ciertas nada nuevo tenemos aquí; quizá hasta tenemos los mimbres del heredero de Tarkovski, del seguidor de esa escuela soviética tan meticulosa y fría, tan experimental, tan clínica y tan simbolista, tan alejada de la sensibilidad occidental de una sala de cine que bosteza a cada minuto de disección parabólica.

Confiemos en que este gran director que hemos vislumbrado haga como los niños de su película, y deje perder en el fondo de las aguas el legado que porta. Ya es hora de forjar nuevos nombres; ya es hora de dejar de buscar herederos.



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