Mucho apuntaba en su momento Phil Joanou. Después de dos o tres trabajos menores, El clan de los irlandeses supuso la gran campanada de este realizador, en 1990. Era un trabajo serio, de un ritmo narrativo impecable, interesantísimo. Una película que caminaba por terrenos sobradamente conocidos pero que destilaba un buen hacer la mar de interesante. Medio mundo se fijó en Joanou y lo subrayó como joven promesa, como nombre a seguir.
Después, el batacazo. Análisis final fue una tontería innecesaria, un intento de jugar a Hitchcock. Hay quien la defiende, hay quien la disfrutó. Yo no. Y parece que los que de verdad cuentan, los que dan (o no) el dinero, tampoco. Porque tras ese resbalón, Joanou cayó en el olvido, en los trabajos rutinarios para televisión, en la aburrida superviviencia del día a día del artesano.
En este tiempo, hasta este 2006, algo ha podido rodar. Recuerdo, ahora, Prisioneros del cielo. Nada destacable; el pequeño gran esfuerzo de alguien que quiere recordar al resto, entre capítulo y capítulo de la teleserie de turno, que después de todo todavía es un director de cine. Pero Joanou tendrá que seguir peleando para demostrarlo. La vida en juego es su nuevo intento.
Para lograrlo cuenta con The Rock, que no es ningún Pacino, más bien una mula de carga con cara de mohicano psicópata. Lo curioso es que Joanou planta a The Rock en una película que (sin entrar a pormenorizar el argumento) uno diría que está cerca de títulos como Evasión o victoria. (Sí, hay deporte, pero otro. No es fútbol, ni sale Pelé.)
Soy sincero: Me gustaría que aquella joven promesa, esta vieja joven promesa pudiese levantar cabeza, por fin, y centrarse exclusivamente en lo que viene buscando: el cine. Me encantaría, porque realmente me pareció una película muy interesante, El clan de los irlandeses. Pero uno se plantea si, quizás, tras esas buenas vibraciones, Joanou no tenga realmente mucho más que aportar. Porque tiempo ha tenido...
La vida siempre da oportunidades. Y más si llevas a The Rock de guardaespaldas.