Christopher Nolan nos vuelve a
ofrecer otra muestra de su capacidad como narrador en esta excelente
película, seguramente la más compleja de su filmografía. Vuelvo a permanecer atento ante su prestidigitación.
El director trabaja al milímetro a
través de diferentes líneas de niveles de realidad paralelos,
aunque de ritmos distintos. Esto desemboca en la vuelta de tuerca del
punto fuerte del director, la narrativa no lineal. Si en Memento,
El truco final y Batman Begins trabajaba la estructura
cronológicamente desordenada; mientras que en El caballero oscuro jugaba con mantener la cronología pero diversificar las líneas
espaciales; aquí asistimos a un concepto completamente diferente, el
de anidar realidades, acelerando el paso del tiempo a medida que nos
adentramos en el esquema. De esta manera podemos ver varias escenas
que ocurren en el mismo lugar y al mismo tiempo, de manera que
inciden directamente sobre la acción que se encuentra por debajo (la
falta de gravedad, etc.).
Nolan desemboca así en su película
más fría y cerebral, tanto por su complejidad (en la primera hora
es necesario explicar las múltiples reglas del juego) como por su
propuesta de emoción abstracta. Me explico: muchas veces no se
muestran las emociones directamente a través de la interpretación
de los personajes, sino de un modo visual según lo que ocurre en los
sueños (las proyecciones, etc). Esto hace que muchas veces
entendamos a un nivel muy preciso estas emociones pero no las podamos
empatizar de manera natural. Esto es algo que puede jugar en contra
de los espectadores más emocionales.
Sin duda esta habría sido una
coherente siguiente película a Memento (el director presentó
su guión por aquel entonces, aunque finalmente tuvo que contentarse
con valores más seguros como el de Insomnio). Podemos
encontrar muchos paralelismos. De forma general, el frágil concepto
de la realidad y la dudosa percepción humana. El personaje se
encuentra absolutamente perdido, aferrado a su totem como única
referencia que le pueda unir a la realidad; de la misma manera que en
Memento, el protagonista basaba todo su mundo en otros métodos
(los tatuajes y las fotografías con notas), en una necesaria fe
ciega que por otro lado, también es falible.
También nos habla de la creación,
como ya lo hiciera en El truco final, crear trucos o crear
universos, la mentira del arte llevada a la obsesión. Un
planteamiento que sin duda nace de la propia concepción de creación
del director. También remiten al arte el concepto esencial de la película: generar ideas en los otros de una forma sutil, siendo ellos quientes construyen en su mente su propia idea.
Una de sus películas más largas, dos
horas y media, que no permiten pestañear al espectador y que como ya
ocurría en El caballero oscuro, resulta una experiencia agotadora
para la mente y los sentidos, con su -otra vez- intensidad continua
en largas secuencias que apenas toman un respiro y su aplastante
banda sonora con toda la potencia de Hans Zimmer.
Nos deja una secuencia memorable: la furgoneta girando que produce
una escena de acción con un pasillo de hotel en constante giro, tanto por su poder visual como por el ritmo del montaje secuencia. Nos
quedan hallazgos arquitectónicos visuales como el de la casa en el
agua, los espejos enfrentados para generar patrones, el suelo de
paris en el techo, las paradojas o tantos otros juegos visuales.
Por
último, destacar el repartazo con el que se ha trabajado. Podríamos
nombrar a todos, pero me quedo con las jóvenes promesas Ellen
Page y Joseph Gordon
Levitt, y con el carisma que
transmiten. El snobismo de Cillian Murphy y sobre todo, la intensidad del siempre genial Leonardo di
Caprio.
No
voy a reproducir las innumerables referencias cinéfilas más bien
explícitas que encontramos en la película - cuestión que podría
ocupar la mitad de este texto y que lo ocupa en algunas críticas que
he leído - pero invito, como ejercicio de crítica colectiva, a
que nuestros avispados lectores comenten bajo estas líneas
incluyendo aquellos guiños que hayan captado.