De todos es sabido el escalón por encima que se sitúa Argentina o Chile en el universo de la psicología y psiquiatría. No sólo por la cantidad de eruditos en cuestión sino también por su entrega hacia este campo necesario como humano. El cine se hace eco de todo. Y en esta ocasión no va a ser menos. Diría incluso más y mejor. De Argentina llegan menos trabajos de los que nos gustaría poder disfrutar a lo largo del año. El problema de la distribución es la ausencia de trabajos aprovechables por un espectador interesado en la profundidad. En esta ocasión la película en cuestión es El gato desaparece.
Su director es Carlos Sorin, a quien los más fieles y militantes del cine argentino conocerán por títulos como Bombón el perro o El camino de San Diego, ambas galardonadas en el Zinemaldia donostiarra en los últimos años. Por lo tanto, hablamos de un director con trayectoria, galardonado, con nombre propio y voz suficientemente contrastada por público y crítica. Este su último trabajo no pretende en mi opinión llegar más allá, navegar por mares desconocidos ni mucho menos. El objetivo de esta cinta es de trasladar, enseñar, mostrar, entender e identificar una problemática, un conflicto, personal y humano en cualquier caso.
Recomendable en cualquier caso para todos los que como yo aún disfrutan del cine sudamericano con su acento explosivo y encantador, risueño e inagotable pero que continúa bajo una dirección inamovible. Esa dirección del conocimiento y búsqueda, del razonamiento y de las máximas que ellos tan bien saben hacer. El público más sensible la agradecerá.