"Discurso pro-libertario barato"; "sin mayores pretensiones"; "intelectualmente vacía". Estas son algunas de las frases que deja caer mi colega Beiger en su postcrítica pirata a V for Vendetta. Y entiendo que quizás se haya dejado despistar por "ese rollo nazi que tantas veces hemos visto", especialmente esa imagen del Líder en lo alto de su tribuna, flanqueado a izquierda y derecha por símbolos y banderas, el puño derecho en alto zarandeado y enfatizando cada escupitajo que su discurso profiere.
Lo entiendo pero, lógicamente, se nos ha quedado corto de miras el amigo Beiger, en esta ocasión. O, al menos, diciéndolo de un modo más modesto y menos agresivo: yo creo haber visto más cosas. Pero eso sí, con pretensiones justas y una deliciosa querencia por el ritmo y la acción, el cine del XXI, el entretenimiento aunque acompañe algo más, ¿por qué no?
Y es que V for Vendetta no habla de mensajes pro-libertarios (baratos o no) contra regímenes fascistas, mensajes que tanto gustan a todos los que mandan en las llamadas democracias (porque... ¡cuánto les ampara!). No hablamos de eso no, querido Beiger. V for Vendetta, bajo esa recoña en verso de su héroe enmascarado y bajo su aspecto de 1984 pasado por el filtro de los Wachowski, habla en su metraje (con misterio desde su arranque, con valiente evidencia a partir de ciertas secuencias) sobre el terrorismo como error pero, sobre todo, sobre el terrorismo como arma de la propia víctima, como fatal elemento de justificación. Habla del camino que países como los EE.UU. (¿quizás también Inglaterra? ¿Quizás también Europa?) están tomando, puede que irreversiblemente. El control, la seguridad, vigilar cada interior, cada espacio cerrado, por encima primero de la intimidad del individuo. Después, por encima de su dignidad. Enseguida, por encima de cualquiera de sus derechos. Así, finalmente, por encima del individuo, como tal, como ser vivo, como todo. Los tiempos de gloria del fascismo son texto y fotos en libros de historia. Pero... ¿este nuestro tiempo, el de la globalización y el terrorismo puede estar llevándonos a este futuro anunciado? La historia quizás gire, estúpida, sobre sí misma. Estúpida, estúpidos.
Quizás plantea o más bien esboza un segundo debate sobre la justificación o no de la violencia como arma del pueblo. Y quizás deje la película esta pregunta en el aire con ambigua voluntariedad, pero probablemente es lo mejor que podría hacer.
Más allá de su moralidad y de la amoralidad que muchos querrán ver (o incluso su vacío intelectual, que ya vemos que también los hay), la película nos lleva hasta su explosivo desenlace, tan épico (Tchaikovski y su obertura 1812, las explosiones, los fuegos artificiales) como lírico (la invasión desarmada, el rostro de V en cada rostro del pueblo, el pueblo del nuevo mundo que descubre sus rostros verdaderos), con un ritmo envidiable. ¿Pausado? Pues sí, a menudo, pero también sabio, incluyendo esos momentos de unificación de caminos, de personajes, de situaciones, de puro crescendo, de puro montaje, con los que sus responsables parecen impulsarnos con violenta fuerza hacia cada siguiente parte de la película. No entro en discusiones sobre si la película la dirige quien firma o realmente los hermanos Wachowski. Porque no me importa. Me importa la película. Lo que me ha hecho pensar y lo que me ha hecho disfrutar.
Claro que en algún detalle concreto uno piensa que esto o aquello hubiera preferido verlo de otra manera, pero son uno o dos tonterías. No más, desde luego. Como esa coreografía de cuchillos y sangre a borbotones en cámara lenta. Es el precio Matrix a pagar al ver una película con los Wachowski detrás, imagino. No me ha llegado a molestar pero, bueno, un poquito chirría. No es el estilo del resto de la película. No es el estilo de un héroe que tan pronto cita a Shakespeare como a Robert Donat en El Conde de Montecristo.
Al hilo del estilo verborreico, guasón, melódico y teatrero de V, apuntaré dos pensamientos. El primero, un aplauso, el segundo un lamento. Aplaudo a los encargados de la traducción: la deliciosamente arrogante aliteración (¡v!) con la que el héroe se presenta al personaje de Natalie Portman es maravillosa. Pero lamento la elección de una voz poco carismática para el propio protagonista. A menudo, además, aparte de ese resbalón en el gancho sonoro, la voz no acierta con el enfásis y el tono adecuados en algunas de sus declamaciones. ¡Una lástima!
Por lo demás, me gusta todo. O casi todo, como ya he apuntado. Si acaso, hubiera sido un poco más valiente y habría dibujado al Líder como una suerte de presidente moderno, un jefe de estado de un país pretendidamente democrático que ampara en la seguridad de la nación su delirante inclinación progresiva al método fascista más represivo. No hacía falta presentar al Líder entre símbolos y banderas y arengando a las masas. Luego pasa lo que pasa: Despistamos a Beiger.
El resto es silencio, dijo Shakespeare. Yo aún no me callo, pero prometo hacerlo enseguida. Y es que el resto me encanta: Ella, él. La maníaca obsesión por la seguridad de un dirigente que se hace proteger en un sótano... quedando a merced de aquellos a los que delirantemente amenaza con despidos y futuros peores. La música de Dario Marianelli. La música de Tchaikovski. La música de la máquina. El metro. La casa en el subsuelo. ¡La primera escena, dirección de orquesta, música de fuego!