Hay que ver y disfrutar esta película con perspectiva, desde ese enfoque incrédulo y posteriormente entusiasta de quien al menos por encima conoce la trayectoria y el momento actual de Jean Claude Van Damme. Él fue la figura máxima de su país, el ídolo, el chico valiente que marchó a América y se convirtió en héroe del videoclub, primero, y protagonista incluso de algún que otro título que tuvo su taquilla importante en la gran pantalla. Él es ahora un tipo olvidado en Hollywood, y viene de ser además un perdedor en lo personal, la sombra desfallecida en que se convierte toda estrellita venida a menos.
En ese contexto, Mabrouk El Mechri, el director de esta coña divertidísima, ha sabido generar un título a medio camino entre el homenaje al actor y el tirón de orejas, el recordatorio de que todo aquello que ahora tiene (o no tiene) quizá se lo haya ganado a pulso. Y no tiene problemas en reirse: ni siquiera las porquerías que ahora tiene que filmar le sirven, porque Steven Seagal le arrebata los papeles.
Otro acierto de JCVD es, además de ese equilibrio, que sabe encontrar un apoyo argumental. Amparándose en la trama de robo y secuestro de rehenes, El Mechri sabe que puede encontrar ahí un ritmo conocido, una tensión más convencional sobre la que construir luego todas sus diferencias, alguna excentricidad, su juego de verità con Jean Claude Van Damme y, sobre todo, sus momentos más brillantes, destacando especialmente el arrojo y la mucha jeta de pausar el propio desarrollo del film para lanzarnos ese monólogo de escenario difuso, onírico, volátil, con el que Van Damme se dirige a cámara -¡durante casi 10 minutos sin cortes!- en una reflexión abierta al espectador. Lo que comienza con un Van Damme de gesto estudiado y teatral, acaba con el actor llorando. Todo un hito en su carrera. Sin miedo a ridiculizarse. ¡Bravo!
La película arranca en pleno rodaje de uno de los tristísimos trabajos actuales de Van Damme, demostrando su corte caricaturesco, para luego plantarse in medias res, en pleno meollo argumental. Después regresa ligeramente para recordarnos el momento actual del actor: el juicio por la custodia de su hija, su cuenta corriente en números rojos. Y la crudeza de que, por mucho que le joda, no es nada más que un héroe de películas malas de hostias y coces: "Mis amigos se ríen de mí cuando sale mi papá en la tele"; lo dice su hija en el juicio, y Van Damme baja la mirada, se frota los ojos. Es así, qué se le va a hacer.
Una fan, la taxista, le echa en cara que le ha decepcionado, que en las películas es más simpático, y sólo el atracador admirador parece recordarle que, quizá, alguna vez, fue el Rey del Videoclub. Pero hasta los demás se ríen de este atracador por su admiración.
Con la película ya asentada en la trama del atraco, El Mechri sabe llevar la situación al punto necesario para que Van Damme reflexione a cámara y seguidamente dibuja la solución del robo-secuestro de rehenes (quizá lo menos interesante del film; sabemos más o menos por dónde irá todo y los ladrones no nos interesan), regalando algún detalle brillante: La muerte del atracador más agresivo es ingeniosa; el balazo ya en su cabeza y él todavía balbuceando frases, antes de caer.
Bravo por ese destello final, Van Damme imaginándose victorioso tras solucionar con una de sus tradicionales patadas el desenlace del secuestro. Nada más lejos de la realidad. Profesor de kárate en la cárcel. Genial.
¿Son quizá excesivas las 5 estrellas? Pudiera ser, pero no como premio a un actor que está peleando por levantarse de la lona e intentar asomar la cabeza para ver aquello que nunca hasta ahora había ni imaginado. La película es ingeniosa, divertida y con un regusto nostálgico a la par que sarcástico más que disfrutable. Lástima que, a partir de mañana mismo, Van Damme tendrá seguramente que volver a lo mismo de antes. O quizá no, parece que ahora anda dirigiendo una película de corte romántico. Ya lo decía el título de su primera película (él hacía de malo): ¡Retroceder nunca, rendirse jamás!