Viaje a Darjeeling fascina ya desde su impecable inicio. Si La vida acuática de Steve Zissou comenzaba con un homenaje (o parodia) de los documentales de Cousteau que se repetía en algunos momentos del film, el nuevo viaje de Wes Anderson entra con una estética completamente ajena a él, retro, dentro del anunciado homenaje al cine de Satyajit Ray y con un estupendo Bill Murray que no necesita más que unos minutos en pantalla para dejar contento a su público.
El estilo ajeno, el homenaje, pronto deja paso a la propia personalidad arrolladora del director, primero por la estética con la cámara lenta, los encuadres geométricos y los colores estruendosos del cartel que da título al tren y a la película; y segundo por lo imaginativo de la propuesta, Bill Murray, la estrella de su anterior film inicia la película como si fuera el protagonista o, cuando menos, un personaje de peso, y al final de la introducción pierde el tren y con él la película entera – se llaman igual – y es adelantado por uno de los nuevos protagonistas, Adrian Brody. Impecable. Sólo por eso ya valía la pena.
Está claro que las comparaciones son odiosas, y cuando uno se planta delante de un nuevo film de Anderson, al menos cuando me planto yo, se espera lo mejor, y ciertamente, esta obra me parece que no llega a los niveles de imaginación y humor de sus dos anteriores trabajos. Quizá por perder esa condición coral que tan bien le sentaba a su cine, donde cada personaje era simplemente brillante. Aquí hay unos cuantos que apenas aparecen y es básicamente en los tres protagonistas en quienes recae toda la responsabilidad.
La verdad es que están estupendos los tres, Owen Wilson en su línea de personaje algo irritante y no demasiado avispado, Jason Schwartzman con su tono entre la indiferencia y el enojo interior, y un estupendo nuevo fichaje, el de Brody, que se adapta a la perfección al mundo marciano de Anderson. Quiero destacar el trabajo del revisor del tren y de Brendan, dos de los personajes más desternillantes de la película.
Es cierto que, como comentaba, para mí no llega al nivel de humor de las dos anteriores, seguramente por ser unos puntos menos marciana, pero desde luego esta no se queda manca. La espumadera para la serpiente, el tren perdido, el zapato robado, Brendan a quien supuestamente no se vería en todo el viaje, el recuerdo gracioso en el relato corto, salir del baño por separado, espiar en evidencia a través de un cristal… innumerables momentos desternillantes.
En lo que sí está a la altura e incluso creo que por encima de las anteriores es a nivel estético. Wes Anderson decide darlo todo aprovechando el ya de por sí estilo colorista de la India. Sus planos se vuelven más implacablemente milimétricos, llenos de simetrías y equilibrios cada movimiento de la cámara nos lleva desde un encuadre fijo bellísimo a otro igual o mejor, y puede continuar regalándonos encuadres sin cortar el plano tanto como le apetezca. Es casi hasta insultante. El plano en el que Schwartzman vuelve a su vagón después de escuchar los mensajes, por citar uno de tantos, es simplemente orgásmico. Además de los derroches imaginativos como el los vagones que contienen diferentes escenas (un avión, un dormitorio… ¡un tigre!).
Quizá la parte del accidente de los críos me resulta menos redonda habiéndose alargado demasiado para mi gusto, y en general, se trata de un argumento más sencillo, más asimilable por la mayoría del público, menos enajenado, y me preocupa que el director pueda caminar en este sentido, pero por otro lado sería injusto no valorar lo suficiente esta película sólo porque Anderson haya rodado antes dos joyitas impecables.
Esperando la próxima.