Crítica de la película Una paloma se posó en una rama a reflexionar sobre por Iñaki Ortiz

Viñetas para reír y pensar


5/5
02/06/2015

Crítica de Una paloma se posó en una rama a reflexionar sobre
por Iñaki Ortiz



Carátula de la película

Viendo esta película, pienso en las viñetas de humor inteligente de algunos periódicos. Viñetas bien elaboradas, que cuidan la arquitectura de la imagen, donde se aprovechan los espacios más allá del espacio central: las ventanas, la calle, las otras habitaciones. Viñetas apenas coloreadas, lo justo para darle un poco de vida a la imagen, pero sin ningún color que destaque demasiado. Pero sobre todo, pequeñas píldoras de humor que nos hagan reflexionar. Todo eso es esta película de título interminable. Hasta los personajes, afeados, blanquecinos, y con preocupantes atisbos de calvicie irregular, parecen sacados de la mano de un dibujante malicioso.

La composición, como decía, aprovecha al máximo la profundidad, mostrándonos siempre un poco de lo que hay detrás de la puerta, jugando con la acción en segundo término. Todos y cada uno de los largos planos que componen la película son fijos, y por ello, están cuidados y aprovechados al máximo. A veces, con posiciones extrañas de los personajes o ángulos inesperados, que sirven para captar toda la idea con una concepción de síntesis visual asombrosa. Planos fijos de lugares cotidianos que, sin embargo, provocan un excitación intelectual que te anima a diseccionar cada detalle de los elementos que los componen. Como en una buena viñeta.

También como ocurre en las viñetas, el humor no llega necesariamente de golpe -a veces sí- ni es evidente. Se siente una cierta confusión a través de los contrastes que obliga a dos cosas, por un lado, a sonreír, y por otro, a pensar en la esencia de las situaciones y en lo que nos quiere transmitir el director, que no siempre es evidente. Lo cierto es que el hilo conductor de la película es, sobre todo, lo conceptual. Sus reflexiones existencialistas y sociales acerca del ser humano, que como mosaico de ideas producen un todo con un sentido único. Como si juntáramos las viñetas de cada día del New Yorker y le diéramos un sentido de conjunto. Aunque es cierto que hay unos personajes comunes y se podría entender como una película coral de hilos argumentales muy sencillos.

Parece que el objetivo de Roy Andersson es que repensemos la cotidianeidad. Y es que una de las cosas más difíciles de hacer es reflexionar sobre lo que ya conocemos. Para ello, usa sobre todo el contraste. Por ejemplo, el contraste entre el pasado y el presente, que ya aparece en esos viajantes como de otro tiempo en plena era digital. Pero lo vemos reflejado claramente en dos ocasiones. El bar en los años cuarenta, con un recuerdo nostálgico, frente al presente de la decrepitud física del anciano. Pero sobre todo, el ejército de Carlos XII que aparece, de forma espontánea en pleno presente. La imagen es muy poderosa en cuanto al relativismo cultural: el trato inaceptable a los súbditos, a las mujeres, el poder absoluto. El contraste remarca cómo ha cambiado la sociedad, pero también que, al fin y al cabo, los humanos reaccionan de un modo similar: 400 años después tenemos los mismos genes, aunque haya cambiado mucho nuestra sociedad. En cualquier caso, nos muestra el cambio en el poder, para un país, Suecia, que, aunque es de los más avanzados del mundo en derechos sociales, sigue teniendo un rey. Como curiosidad, comentar, que en el tono general de pesimismo, la película nos muestra la única derrota de uno de los mejores estrategas de la historia.

El contraste entre la muerte y la vida, morir o tomarse una cerveza, lo místico y lo material. El contraste en la trascendencia vital -como una ruptura- y lo trivial -como haber entendido mal la hora y el lugar de una cita. El contraste entre lo trascendente -un poema existencialista- y el desinterés de quien solo aplaude la buena intención de una minusvolarada joven con síndrome de down. El contraste entre el espectáculo frívolo y la melancolía. En cada quiebro de voz de un personaje, en cada baile, en cada aspecto físico, en cada acción. Tenemos contrastes divertidos y desafiantes constantemente.

Y especialmente, entre el oprimido y el opresor. Lo vemos con esa fabulosa y emocionante escena surrealista que utiliza el colonialismo para recordarnos la utilización que Europa ha venido haciendo de las personas en otros continentes. Y quién dice colonialismo, dice desigualdad, perfectamente aplicable a día de hoy -la crisis está muy presente con temas como morosidad y situación laboral. Pero va un poco más allá, no centrándose en ese problema en sí mismo, sino en la insensibilidad del ser humano ante la injusticia cotidiana. Lo mismo puede ser ante la tortura animal, que ante la desigualdad extrema, siempre que esta forme parte de nuestra realidad cultural -como el aceptado despotismo del rey en el siglo XVIII. Estamos acostumbrados al dolor ajeno, incluso al nuestro, siempre que entre dentro de los cánones de los “normal”. Vivimos en la anestesia social. Por eso, a veces es importante que nos paremos a reflexionar, posados en una rama o en una butaca, sobre el orden de las cosas, sobre lo que es justo y lo que es aceptable, y sobre una verdad clara: las cosas no han sido siempre iguales, y no tienen por qué seguir siéndolo, pero para ello tenemos que dejar de obviar nuestros sueños -literal. Evolucionamos, envejecemos -también como especie- y miramos a nuestro pasado como en un museo de historia natural, sin entender muy bien qué significa nuestra evolución.

Roy Andersson nos cuenta todo esto con una mirada pesimista, patética, como la de Ulrich Seidl, más sutil pero igual de cruel. Nos muestra a gente incapaz de sentir el dolor de sus semejantes. Una sociedad muerta por dentro, que aún está a tiempo de levantarse y seguir peleando.



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