El guionista de Memories of murder, Shim Sung-bo, dirige su
primera película, en la que Bong Joo-ho director de esta primera, co-escribe
con él el guión. Con esa información somos muchos los que nos lanzamos sin
miedo a ver cine coreano que nos va a asegurar violencia desatada, una historia
con mucho odio y una estética muy marcada. Por eso cuando los primeros pasajes
de la cinta recogen una historia de marineros con música ñoña, la duda se
impone y no sabemos si habrá el esperado deseo de descenso a los infiernos.
El film comienza con la presentación de un barco pesquero y
de su tripulación, dónde queda patente las dificultades que atraviesan, por lo
cual su capitán se ve obligado a transportar inmigrantes ilegales chinos. Pero
conforme avanzan los minutos, uno nota que la película no va por dónde debería
ir. La escena del desembarco de los inmigrantes está llena de tensión, pero
después vuelve a decaer entre aires de romanticismo y de solidaridad. Llegado
este momento es cuando uno se plantea ante que tipo de película está. Pero por
fin llega el desencadenante de la tragedia, el giro del guión: los inmigrantes
mueren encerrados en la bodega por accidente. Es el punto de inflexión, y a
partir de ahí aparece el género esperado, la vorágine autodestructiva, la
violencia explícita, los desvaríos de las mentes perturbadas.
A partir de ese momento entramos en una rueda, sustentada
por una gran atmósfera. Hay que incidir que toda la acción discurre en un barco
y eso tiene aún mayor valor. El final, en el que el capitán acaba hundiéndose
con su barco en brazos de la locura habría sido el final perfecto. El epílogo
sobraba.
Una buena ópera prima, de la que aún se puede mejorar, pero que acaba entregándote aquello que promete este género.