James Cameron nos
quiere hacer vivir un sueño. Y esta afirmación tiene dos partes: que sea un
sueño y que el ambicioso director nos lo quiera hacer vivir. Un sueño porque no pretende en ningún
momento hablar de un lugar que merezca una consideración dentro de la ciencia
ficción seria, es más bien un intermedio entre la América precolombina y un
gran parque temático con luces de neón. Un sueño por su condición de metáfora
pseudocientífica bastante evidente de "un pueblo unido a su naturaleza". Pero
sobre todo es un sueño por lo idílico, por la posibilidad de la utopía y
porque, básicamente, es mucho más vivo y con sentido que la pobre vida injusta
y crudamente real que vive el protagonista en su cuerpo original. No hace falta
explicar cómo nos presenta esta dualidad de sueño y realidad porque es
evidente, pero sí quiero destacar ese momento en que el protagonista dice
despertar, en el sentido más cruel de la palabra, enlazando con los comentarios
del comienzo.
Pandora es un alegato ecologista, sí, pero también es un
sueño por el que luchar. Es Fantasía, es Nunca Jamás. El análisis que busque
fuera de esto no encontrará demasiado en su historia. También es verdad que nos
encontramos ante un guión que cuenta con todos los tópicos del cine de
acción y aventuras. Ha de haber un enfrentamiento cara a cara entre héroe y
villano, una redención del protagonista, un amor sobre todas las cosas, etc.
Todo esto no juega a favor, pero tampoco hay cuestiones sangrantes que puedan
tirarnos abajo la película.
Dicho esto, pasemos a lo verdaderamente importante de esta
película, que Cameron quiera que la vivamos. El cine en 3D es viejísimo, pero
jamás se había usado con tal eficacia. Esos largos pasillos, esos elementos que
vuelan hacia nosotros, el vértigo de mirar hacia abajo, y sobre todo, la mesura
de no saturar con excesos 3D más que cuándo de forma natural el plano lo pide.
No se trata de una colección de despliegues innecesarios, sino una relación
fluida entre las dimensiones. Sólo de esta manera el efecto 3D puede suponer un
valor artístico y no una atracción curiosa.
Sigamos con la tecnología. Tampoco es nada nuevo la
integración de personajes virtuales, sin embargo, al ver la película pareciera
que es la primera vez que se hace. La escena en la que el avatar se despierta
por primera vez y se revuelve, es toda una lección de integración. Los
personajes en sí mismos también tienen una realidad inédita, dentro de su
expresa irrealidad. Uno puede seguir las secuencias que son íntegramente digitales
olvidándose de que es así. La expresividad de las criaturas es natural y
compleja.
Todo esto aderezado con el mundo más bello y perfecto que
podamos soñar. Una luz y un color excepcional. Una pequeña maravilla plástica
que no se apoya en una película que tenga nada de particular, sino que repite
fórmulas de éxito como Bailando con lobos (aunque sin su romanticismo) o El último
mohicano. Quiero reseñar el enorme carisma de Stephen Lang (el oficial villano) que consigue el personaje con más
fuerza, acomodado por el buen hacer de Cameron en escenas como aquella en la
que dispara sin mascarilla. También confirmar el buen hacer de Sam Worthington, a quien espero una
carrera próspera; y la eficacia de la veterana Sigourney Weaver y del joven Giovanni
Ribisi, ambos en papeles que ya han interpretado anteriormente.
En definitiva, un delicioso espectáculo, una puerta abierta
para la mejor técnica 3D y la integración de personajes digitales, una
historia sencilla y tópica que no pretende ser más que un bellísimo sueño
imposible. No es el mejor Cameron pero sí lleva su firma.