Podríamos buscar muchos adjetivos para definir a Quentin Tarantino y la mayoría de ellos no serían muy positivos, pero hay una serie de cuestiones que no se le pueden negar: su inmenso talento y capacidad para reciclar cine y que ha sido seguramente el director de cine más influyente de los años 90. De esos que, como Scorsese o Spielberg, los conoce por el nombre el espectador más despistado.
El problema es que después de rodar dos de las mejores películas de la historia, y que todo quisqui le copie descaradamente, se le ha visto algo desorientado, involucrado en demasiados proyectos menores, caprichos, juegos. Eso sí, las dos partes de Kill Bill fueron verdaderamente refrescantes. Ahora se embarca en un proyecto que por fin parece verdaderamente serio (que no de tono serio), muchos lo hemos esperado largamente aunque quizá desde su gestación a lo que ha terminado siendo haya cambiando tanto como la inestable mente de su creador.
Cuando hablo de reciclar cine, quiero usar su acepción más básica: convertir basura en material de primera. Ha atacado a todo tipo de géneros, por lo general de baja calidad, y los ha reconvertido con una personalísima originalidad. Ahora le toca a la segunda guerra mundial, pero no de la manera en la que se aborda hoy en día, con mensajes antibelicistas, sino al viejo estilo, al tiempo de Los cañones de Navarone y La gran evasión, cuando las misiones era un reto, una aventura, y no un infierno con moraleja. Junto con Valkiria de Bryan Singer, este puede ser el comienzo de un nuevo movimiento de películas de nazis. Está claro que a Tarantino siempre le interesará mucho más lo que ahora no se hace, lo que se hacía entonces, pero remezclado a su manera, para que sea a partir de ahora, lo que se haga mañana. Echará mano del spaghetti western y conseguirá un tono rudo, crudo, directo, y un carisma en cada plano con el que conseguiremos sentir el cine instintivamente.
A favor: Brad Pitt es el protagonista. Independientemente de que sea un buen actor, que lo es, el punto favorable es que esta es la constatación de que este es un proyecto serio, no un capricho de Tarantino. Cuando la motivación no es la puramente económica, el actor se ha unido a grandes directores en películas tan claves como El club de la lucha o 12 monos. Tenemos además un reparto interesante, como Diane Kruger o Samuel L. Jackson, con elecciones tan curiosas como Daniel Brühl o estrambóticas como la de Mike Mayers. En su momento muchos pondrían el grito en el cielo por escoger a Bruce Willis y a John Travolta.
En contra: básicamente una cosa, el tiempo. Tarantino se ha empeñado en que su película se estrene en su querido festival de Cannes, y para ello me temo que ha debido pisar el acelerador. Por el camino se le ha caído un elemento tan importante como es Ennio Morricone. Las prisas son malas consejeras y espero que no se dejen notar en el resultado final.
En cualquier caso, la considero una de las películas más esperadas de los últimos años. Ojalá esté a la altura.