Da gusto deshacerse de personajes políticamente correctos, adorables, perfectos yernos – Tom Cruises de turno – y darse un baño de patetismo, de incorrección como la del Chinaski que interpreta magistralmente Matt Dillon en esta película y que muy bien podría haber llevado el nombre de Lebowski, siempre guardando la terminación reglamentaria.
Un personaje desastroso pero con un pro muy fuerte: tiene sus ideas muy claras. Exceptuando la escena en la que golpea al personaje de Lili Tylor, momento muy arriesgado donde se puede perder al público, Chinaski resulta simpático. Un de esos antihéroes que gustan un poco por su patetísmo y otro poco por su libertad.
Al contrario que mi compañero Hypnos, yo no creo que esta película sea una apuesta especialmente arriesgada. Lo cierto es que se puede englobar en un subgénero del cine independiente americano y no nos encontramos ante un estilo demasiado nuevo. La carencia de hilo argumental es suplida con soltura por toda una serie de momentos llamativos y personajes peculiares. Esto se hace con cierta frecuencia y muchas veces funciona.
Pero es que en esta ocasión los momentos clave son especialmente buenos, irónicos y desconcertantes. Para mí sin duda el que se lleva la palma es el de Chinaski restregando el plumero bajo la nariz del indio gigante. Impagable. Lo sufrí a carcajada limpia.
Los actores como era de esperar están impecables. Matt Dillon ahora sí que está de Oscar, además se trata de un papel muy alejado de su registro. Las dos chicas están muy bien, especialmente Lili Tylor.
En cuanto al director, hace un buen trabajo: nos hace olvidar que está ahí y se pone el traje de director americano de cine independiente, que le queda a la medida, un traje de segunda mano pero que luce casi como el primer día. Un plano a reseñar: el alejamiento del protagonista que asoma por la única ventana de un muro terriblemente desértico, al ritmo de la maravillosa –y muy cultureta- voz en off.
Una película brillante, para degustar los chocantes momentos y los diálogos vacíos que a la vez están cargados de sentido. Para dejarse engatusar por una poderosa personalidad: el perdedor satisfecho.