La virtud más admirable de esta película es su asombrosa
precisión y genialidad para retroceder a los nostálgicos 80. Lo consigue a dos
niveles. Primero como ambientación, buscando esos teléfonos con cable
interminable (preludio grotesco del inalámbrico), el walkman, la música, etc.
Todo eso está muy bien buscado, con mucho gusto por el detalle y lo sutil (no
hace falta hombreras y demás parafernalia). Pero donde verdaderamente destaca
la película es en otro nivel, el de la estética, la forma en la que está rodada
recuerda con un delicioso nivel de detalle el tipo de realización de las películas
de la época.
Aunque la textura de la imagen es mucho más moderna que la
de aquella época (cuestión que se debe perdonar porque seguramente el
presupuesto no llega a tanto como para utilizar la película/cámaras de
entonces), el estilo de la dirección es una recreación milimétrica de las tendencias de los 80.
El uso atrevido del zoom, el montaje al ritmo de la música, los rótulos
iniciales, etc. Sin caer nunca en la caricatura. La escena del billar lo resume a la perfección. También en cuanto a desarrollo
está a la altura (un comienzo con una joven muy normal, en la universidad, con
créditos a partir de escenas de transición, un desarrollo posterior más pausado
que el actual...). El viaje a los 80 es total. Un excelente trabajo de Ti West.
Lo malo: se nota demasiado la falta de presupuesto y como
afecta a un guión muy limitado que tiene que recurrir a demasiado
relleno. Tampoco da para mucho más la premisa y si nos abstraemos de la
satisfactoria recreación ochentera nos encontramos con una película más bien
normalita. A pesar de todo, dentro de sus limitaciones consigue mantener el
suspense y ofrece momentos tan buenos como el primer asesinato o la habitación
con el pentáculo y los cadáveres que la protagonista no puede llegar a ver.
Bien mantenida toda la intriga aunque sobre metraje y falta presupuesto.