No dudo que, finalmente, disfrutaré de Moonrise Kingdom. He disfrutado en mayor o menor medida de todo lo que Wes Anderson ha venido ofreciendo, pero así como con otras de sus películas la inminencia del estreno me despertaba un interés indisimulable, esta vez mi curiosidad arrastra menos entusiasmo.
Tampoco quiero exagerar, repito: estoy convencido de que disfrutaré con la película. Y mi interés está ahí, le tengo ganas. Es simplemente que... menos. ¿Los motivos? No son del todo claros. Puede que tenga una cierta sensación de repetición, de algo que puede empezar a llamarse "lugar común" ya, en la filmografía de Anderson. Es cierto, vale, que muchos directores crecen por esa vía, la de la insistencia, la del estilo único.
También puede ser que lo poco que me he echado a la vista de Moonrise Kingdom no solo confirma esta teoría sino que demuestra que Anderson está desatado, que se ha crecido en su estilo naïf, simétrico, pijo, limpito, preciosista hasta el escrúpulo, enfermizamente cuidado, pastel. Por lo poco que me echado a la vista de momento, decía, uno tiene la impresión de que ha pasado toda la película por el celebérrimo Instagram...
Todo esto me da algo de pereza. Claro que luego este hombre es tan afilado e ingenioso en su sentido del humor, pero a la vez trata a sus personajes con tanto cariño (sarcástico, surreal... sí, pero siempre cariñoso) que me acaba ganando. Lo consiguió con Los Tenenbaums (donde más hacía sufrir a sus personajes), con la imposible Life aquatic, con Viaje a Darjeeling. Con Rushmore, iniciática en tantos sentidos (a pesar de Bottle rocket). Y en la disfrutabilísima Fantastic Mr. Fox, una de mis preferidas.
Así que al final cierro esta precrítica con buen sabor de boca, tirando de experiencia, de recuerdos, de las anteriores. Me limitaré pues a esperar sonriente y, cuando termine Moonrise Kingdom, ya os contaré.