No conozco, hasta ahora, por pereza o por lo que queráis, el cine de Gabriele Muccino. Él firmó la premiadísima L'ultimo bacio. Tras aquello se abrieron las puertas del cine yanqui, y nada más pisar suelo de Hollywood se le abrazó un tipo por cuya amistad ha de dar gracias al cielo: Will Smith.
Este tipo alto, musculado, antiguo tirillas engorrado que traía locos a sus pijos tíos y primos de Bel Air es ahora el rey Midas, el chico de oro, el amo de la barraca: todo lo que toca se convierte en oro... en la taquilla. Da igual lo que haga, y precisamente la demostración definitiva fue la primera colaboración con Muccino: En busca de la felicidad era una cinta pequeña y de escasísima pinta comercial. Pero fue nº 1 de taquilla.
Smith quiere el Oscar. Aunque le guste más la acción que a un tonto un lápiz, cada dos de mamporros mete una de lagrimones. Y ya toca. Así que vuelve a llamar a su amigo Muccino para que le dirija otra patrocinada por Kleenex. Es esta, Siete almas, con gente como Woody Harrelson o Rosario Dawson poniendo la jeta y cobrando su parte, pero sabiendo que el alma de la fiesta, a quien todos quieren ver, es Will.
Por su temática melodramática, por su aparente ligereza y si queréis por prejuicios, le planto sólo tres estrellas en precrítica. Pero cuidado, aviso: muchas voces apuntan ya que es una película a disfrutar y de mayor nivel del que inicialmente yo quiero reconocer.
¿Hasta dónde nos puede sorprender Muccino? Veremos. Quizá empiece por descubrirle aquí y vaya luego indagando en el resto de su filmografía.