No me he aburrido y aquí y allá mi sonrisa ha permitido alguna carcajada. Seamos generosos y dejemos terminar este pequeña saga con una nota media positiva. Pero tras el deshielo conviene que a los responsables de Ice Age ni se les pase por la cabeza convertir el díptico en trilogía. Porque ya no hay para más y, si somos exigentes, no había ni como para una segunda parte.
Porque la primera tenía argumento, tenía un hilo narrativo y sus personajes tenían un interés. Eran personajes. En este deshielo, tenemos a los mismos nombres, las mismas figuras, pero sin más asunto que un largo viaje desde aquí hasta allí y las tropelías que ocurren entre medias. Alguna que otra graciosa, la mayoría más o menos interesantes y alguna suelta un poquito más desacertada.
Pero el termómetro que da la medida exacta de que aquí no hay más que rascar es la ardillita. En la primera película aparecía poco poquito, y aún así sus escasos minutos en pantalla la erigieron en el auténtico personaje estrella de Ice age. En esta segunda parte, conscientes de que así era, la han explotado bastante más. Y han cometido con ella algo imperdonable: alguno de sus gags no están a la altura.
Sinceramente me daba igual que la película se fuera desinflando y hubiera que ponerla a caldo, en estas líneas (que ya digo que, en cualquier caso, no es lo que ha sucedido), porque al fin y al cabo no tengo ningún tipo de apego por sus creadores ni por nada o nadie relacionado con el título. Pero la ardillita era sagrada. Era el personaje de animación con el que más había conectado desde tiempos del Coyote. Y, desafortunadamente, a base de explotar al animalito, algunos de los gags que le han deparado son algo flojillos, especialmente el último, el Séptimo Cielo de las Bellotas. Una soberana tontería que, para colmo, es el epílogo de la película.
Aún así, ni que decir tiene que las mejores carcajadas , en compensación, también las produce la ardilla. El primer gag, la introducción, es simplemente antológica. La ficticia cámara vuela entre montañas de hielo hasta encontrárnosla escalando en pos de su preciado alimento. Ya sólo sus gestos y su nervio infinito, y sobre todo su mal fario, levantan las carcajadas del personal. Mención especial a los gags breves insertados aquí y allá (el salto con pértiga) o, especialmente, al breve duelo con la cría de buitre. Ese momento es, sinceramente, desternillante.