La pregunta es: ¿será capaz Fernando Meirelles de rodar una película sin gallinas deambulando por la calle? Y no es tontería, porque el caso es que de momento ha demostrado una gran capacidad para captar ambientes marginales, con mucho humo y olores, colores y sudor, movimiento vida, pobreza. Esto lo hace de maravilla.
Desde luego, lo mejor es la dirección. Lo peor sin duda es el guión. Un guión un tanto previsible, que se relaja en situaciones típicas, quizá tópicas, y que no termina de sacarle el partido que pudiera al tema. Su baza fuerte viene a ser la crítica social contundente y la denuncia de una situación intolerable que no nos es demasiado nueva dicho sea de paso. No quiere ni debe sacarle partido a las pistolas, pero no habría estado mal mostrar un peligro real antes de lo que lo hace, pues parece que el protagonista esté protegido durante demasiado metraje. Bello final, necesario, triste pero con dignidad, mucha dignidad.
Aunque la fotografía no es tan buena como en “Ciudad de Dios” (es cruel la comparación), no está nada mal. La dirección a veces puede pasarse de tembleque y de confusa, pero desde luego crea climas y sensaciones. Los actores bien, tanto los protagonistas (ya lo sabíamos, Ralph Fiennes es sólido actor), como los secundarios, esos ingleses estirados con aspecto de diplomáticos espías correctamente corruptos.
Y no mucho más que decir. Una película bien filmada, que se ve a gusto y que aunque quizá demasiado larga, es bastante entretenida. Sobrecogedora desde luego, pero lo es más el telediario. Eso no tiene mérito.