No sé exactamente cómo abordar ésta postcrítica para conseguir que los que la lean perciban la enorme irritación que siento cada vez que me enfrento a una nueva entrega del cine de Sofia Coppola.
Gracias a que sólo escribe guiones cada 28 días supongo que no tendré que enfrentarme a ellas muy a menudo. ¿Por qué no dejo de verlas y dejo de sufrir? Eso es, seguramente, lo que más me irrita de todo: sus películas tienen una potencia visual tan interesante y sugerente que, en cuanto veo un par de fotogramas, me entran ganas de ver las.
Entiendo perfectamente la película: se trata de coger un icono histórico de cierta relevancia y convertirlo en algo intrascendente. Para ello se le añade rosa, un fotograma donde aparecen una Converse y música postpop. Muy bien. ¿Y todo esto para qué?
El postmodernismo nunca me ha gustado. Pero lo que más perplejo me deja es que todavía se realicen obras postmodernas en el año 2007. El postmodernismo está para los desencantados con el arte. Creo que Sofia ha nacido demasiado tarde y es demasiado joven como para tener la necesidad de expresarse con elementos postmodernistas.
No me apetece mucho entrar a hacer otro tipo de valoraciones. Pero dado que esto se supone que es una postcrítica me animaré a ello. Sofía, pese a todo lo postmoderna que quiere aparentar ser, no puede evitar rodar el momento de la vida de Maria Antonieta que, cinematográficamente hablando, es más goloso. Me refiero, por supuesto, al momento en el que en su vida de lujo y aislamiento irrumpe una turba furiosa de hambrientos y enfermos que quieren llevársela a la guillotina. En la película, este momento pasa sin pena ni gloria. Muy mal.
Me pregunto si Sofia tendrá algo que contarnos alguna vez. Supongo que no podré evitar ver su siguiente película. Ya os contaré.