Super 8 es una auténtica alegría para la vista y no me importaría que muchas otras películas similares se repartieran el sitio de la cartelera durante todo el año. Película ochentera donde las haya pero con las capacidades técnicas del día de hoy, parece perfecto, ¿verdad?, y lo es, pero para los amantes del cine inocente de niños con muy buenas intenciones y espacios de tiempo en los que ahondar en sus dramas personales entre aparición de militares conspiradores y alienígenas rebotados. Soy muy consciente de que hay mucha gente que se ha aburrido, de que hay muchos espectadores que superaron ese cine y no lo quieren recuperar.
Pero siguiendo a lo mío…me encantan esos planos lejanos de cuerpo entero, el dejar el peso de los momentos sobre un grupo de niños y escuchar varias conversaciones a la vez mientras juegan a hacer cine de manera antigua en metraje de película entrañable. Me encantan los enamoramientos sinceros y preciosos en medio del mayor de los males asediando un pueblo típico donde hasta el borracho del pueblo tiene nuestro beneplácito desde el principio. ¿Qué le vamos a hacer?
Lo sorprendente de la película es que los momentos estelares y espectaculares no estropean el primer e importante tapiz del yo mando de Spielberg sobre J.J.Abrams. Exagerado como siempre, este segundo, hace de un choque de tren con furgoneta una batalla interestelar de aupa con cientos, qué digo, miles de vagones reventando sobre sí mismo a un ritmo endiablado que ni la nochevieja podría lograr. Sin embargo, ni el alienígena abusa en sus apariciones, ni los añadidos digitales protagonizan el film nunca, siempre es más importante qué ocurre con Joe y su novieta Alice, como ya pasara con Elliot, qué tiempos aquellos.