El festival de Venecia llega a su fin y los rumores sobre los posibles ganadores del preciado 68º León de oro ya circulan por el Lido.
Hace días que Carnage es la favorita en las apuestas. De hacerse realidad esta hipótesis, a Roman Polanski ya solo le faltaría el Oscar de Hollywood para completar una carrera en la que lo ha ganado todo: entre otros, el Oso de oro de Berlín por Callejón sin salida y la Palma de oro y el Oscar al mejor director por El pianista.
Sin embargo, sorprendería en cierto modo que un jurado presidido por Darren Aronofsky adjudicase el mayor reconocimiento del certamen a una comedia. Esa es la fuerza que respalda la candidatura de Shame, de Steve McQueen: una película intensa que trata un tema insólito con gran intensidad y una técnica inmaculada. Cabe esperar, por lo menos, que el segundo largometraje del artista británico le valga a Michael Fassbender la copa Volpi al mejor actor.
En cualquier caso, estos últimos días se han presentado candidatas de peso que podrían mandar todos estos pronósticos al garete. La primera de ellas es Fausto, revisión de la obra de Goethe a cargo de Alexandr Sokurov: una película de época de difícil visionado, épica, que no deja indiferente a nadie y que cierra la tetralogía de mitos que el director ruso inició en 1999 con Moloch. Un León de oro al cierre de esta serie sería el reconocimiento internacional que impulsaría la interesantísima obra de Sokurov allende las fronteras de la aristocracia festivalera.
Por otra parte, la producción estadounidense ha pisado fuerte estos días. Arrancaron varios minutos de aplausos tanto Killer Joe, de William Friedkin, como Texas Killing Fields, ópera prima de la hija del director Michael Mann (productor esta vez), Ami Canaan Mann. La primera es una sátira de las películas de gangsters del Medio Oeste cuya mayor atracción, un inaudito Matthew McConaughey en la piel de un frío y despiadado policía sicario, viene acompañada por un conjunto en el que guión, fotografía, montaje y dirección componen una orquesta sinfónica que recuerda mucho al más desternillante Tarantino y que a menudo lo supera. La cinta está inspirada en la obra de teatro homónima de Tracy Letts (1993); no obstante, Friedkin consigue sacarla con una facilidad pasmosa de la caravana en la que transcurre gran parte de la acción (incluido el fantástico climax final) y ofrece al espectador un espectáculo descarado, divertido, sanguinario, irreverente y sobresaliente.
También en Texas transcurre el thriller policíaco dirigido por Ami Canaan Mann y protagonizado por Sam Worthington. Aunque algunos planos y cierta inconsistencia a la hora de plasmar algún que otro aspecto de la historia demuestran la inexperiencia tras las cámaras de la hija del legendario Michael Mann, Texas Killing Fields está rodada con pulso, goza de un reparto convincente, transpira con maestría una atmósfera viciada y nebulosa y relata con vigor una historia estremecedora basada en hechos reales. Por mucho que me duela reconocerlo, esta película es un ejemplo de la distancia que existe, en general, entre la habilidad narrativa que poseen los autores norteamericanos y la necesidad enfermiza por la innovación estilística que arruina tantos proyectos interesantes del Viejo Continente.
La mayor demonstración, en este sentido, del poder de la sencillez y de una buena historia, la ha dado, como anticipé hace unos días, Ann Hui en A Simple Life, película que reúne todos mis deseos de justicia leonera y que recomiendo a todo el mundo, no solo por su lección de contención cinematográfica sino también por su alegato del afecto y la comprensión como únicos medios reales para la felicidad. Ann Hui afirma que se siente "agradecida por haber contado con todos los elementos que más valora en el cine: una historia real, un enfoque documental, lirismo, humor, pathos, actores no profesionales y estrellas del celuloide"; todo ello para contar el paso por la vejez de Ah Tao y los cuidados a los que fue sometida por Chung Chun-Tao, la persona que crió y alimentó durante todos los años que pasó al servicio de su familia como sirviente. El amor que se profesan mutuamente ambos protagonistas transcurre en una Hong-Kong que Ann Hui refleja en bancos y parques públicos, barrios de clase media y calles normales y corrientes, otorgando una ubicuidad y una universalidad a la historia que funciona a la perfección para transmitir un mensaje tan auténtico que no deja de poner los pelos de punta y dejar al espectador sin palabras y al jurado preguntándose si no será quizá una opción plausible de cara al palmarés.
El resultado final lo sabremos hoy en torno a las ocho de la tarde.