Cannes, el mayor festival de cine del mundo. Esta es mi primera visita y enseguida me doy cuenta de que no es un festival amable. Desde el momento de coger el autobús para ir del aeropuerto al Palais ha sido una pelea constante, colas, registros y no saber si tenía sitio. Sin embargo una sonrisa boba me tatúa la cara desde esta mañana. Hay que saber a que se viene a Cannes, hay que entender que no es fácil organizar a 50.000 personas acreditadas y toda la farándula que rodea al festival y hay que lidiar con las incomodidades que supone estar en el epicentro cinematográfico del momento. Desde el cine de autor arriesgado y desconocido como Saul fia a superproducciones como Mad Max pasando por cine de directores que ya se podrían considerar clásicos como Naomi Kawase o Kore Eda, todo esto en el mismo día. Esto es un paraíso para cualquier cinéfilo, sólo hay que dejarse llevar y disfrutar del privilegio de estar aquí.
El director japonés Hirokazu Kore-eda es ya un habitual de Cannes. En 2013, su última visita, se alzó con el Premio del Jurado por De tal padre, tal hijo. Unimachi Diary (título original de la película) está basada en un manga homónima de Akimi Yoshida y, una vez más, gira sobre los lazos familiares, lo roles adquiridos, el legado de la sangre y los secretos.
El punto de partida es, quizá, algo insípido. Un trío de hermanas acogen a la hija de su padre, que les abandonó siendo pequeñas, tras la muerte de este. Cuatro jóvenes que apenas han tenido contacto con sus progenitores y llevan esa situación de diferentes maneras. Kore-eda se aleja de cualquier drama forzado, de cualquier atisbo de culebrón y se limita a captar las relaciones entre ellas, sus sentimientos, como se enfrentan a la vida tratando de evitar los errores de sus padres, no siempre con éxito, y con cada error comprendiendo un poco mejor a sus progenitores. Apoyándose a menudo en la gastronomía como metáfora, mostrando retales del día a día más cotidiano, Kore-eda dibuja a la perfección el sentir de estas cuatro mujeres, pertenecientes a familias rotas o disfuncionales, que buscan el calor y apoyo de los suyos. Por momentos algo alargada, sin un arco dramático definido, es una película que contentará a los fans del director nipón, entre los que me incluyo, aunque sea innegable pensar que en ocasiones se le va la mano con los planos evocadores y el uso de la música. A pesar de sus defectos en el resultado final de esta nueva película del heredero de Ozu, pesan más sus virtudes.
Muy poco, o nada, se sabía de Laszlo Nemes, un director húngaro sin ningún largo en su haber antes de que se anunciase su presencia en Cannes. Un par de cortos y ser ayudante de cámara de Béla Tarr parecían todas las referencias. Sin embargo en los mentideros del Festival era una de las películas más esperadas. Se escuchaba cierto runrún y había expectación por esa ópera prima que había encontrado sitio en la sección oficial a concurso en una edición en la que nombres como Apichatpong o Kawase habían sido relegados a Un Certain Regard.
Laszlo Nemes ya nunca más va a ser un desconocido en el mundillo cinéfilo, a partir de ahora será el director de Saul fia y de lo que pueda venir después de esta gran película.
Valiente, arriesgada, técnicamente exquisita y terriblemente original. Saul fia es un ejercicio de estilo que combina de manera perfecta fondo y forma. Una visión nunca antes vista de una historia ambientada en un campo de concentración. Con la cámara centrada prácticamente todo el metraje en el rostro de su protagonista, dejando fuera de foco todo lo que ocurre alrededor y prescindiendo totalmente de los planos de situación, Saul fis es una agobiante y agotadora historia de Saul, un hombre que se salta la lógica de la supervivencia en un intento de agarrarse al último hilo de humanidad que le queda en medio de un entorno de barbarie y sinsentido. Cuando creíamos que lo habíamos visto todo sobre este tema Laszlo Nemes rueda esto y entra por la puerta grande en el Festival de Cannes. Y no nos olvidemos que los hermanos Coen, judíos, presiden el jurado.