Encaramos la recta final del Festival con la presencia de grandes nombres. Mientras esperamos a Jaques Audiard (última esperanza del cine Francés a competición), Hou Hsiao Hsien y Jia Zhang-ke hoy ha sido el turno de Sorrentino que, como era de esperar, ha provocado división de opiniones, la mayoría de ellas extremas.
Paolo Sorrentino ha regresado a Cannes tras aquella joya que fue La Gran Belleza, una de las más aplaudidas, también de las más atacadas, en aquella magnífica edición. Aunque en Cannes fue “derrotada” por La vida de Adèle, fue una de las triunfadoras del año ganando el Premio Flipesci. También el Oscar a mejor película extranjera. Ahora ha regresado con Youth, su segunda película en inglés tras la catastrófica This must be the place. Es Sorrentino un director que despierta odios y pasiones, parece que al salir de su película debes posicionarte en una de las dos trincheras y defender a muerte tu opinión, como si no existiera un punto intermedio. Hoy se han escuchado peticiones de Palma de Oro e indignados abucheos.
Sorrentino vuelve a desplegar su habitual riqueza visual. Amante de los excesos y el barroquismo se apoya en las imágenes y canciones para dibujar su particular visión de un balneario suizo y sus peculiares habitantes. Los protagonistas son un anciano y prestigioso director de Orquesta retirado (Michael Caine) y su amigo, un también prestigioso director de cine (Harvey Keitel) que está trabajando en su nueva película. Les acompaña la hija del director de orquesta (Rachel Weisz), un grotesco y mórbido Maradona, un joven actor de Hollywood (Paul Dano) y Miss Mundo entre otros peculiares personajes. A través de las conversaciones de los protagonistas entre ellos y sus compañeros de balneario, Sorrentino reflexiona sobre la vejez y la vida.
Cierto es que a las reflexiones de esta película le faltan matices y que en ocasiones resultan demasiado evidentes, pero también acertadas en otras tantas. También es cierto que hay momentos de una gran belleza y una plasticidad deslumbrante envolviendo esas reflexiones y que los dos actores, sobre todo Michael Caine, hacen un trabajo magnífico. La gente que aborreció La gran belleza no debería perder el tiempo viendo esta. Los que la amaron deberían probar fortuna. Yo la considero una película notable, aunque lejana al sobresaliente que esperaba; pero ese es un problema mío.
Valérie Donzelli nos conquistó con la fantástica Declaración de guerra. No sólo dirigió aquella película, también escribió el guión junto con Jérémie Elkaïm basándose en su propia vida personal cuando estaban juntos. El tándem se ha vuelto a unir, por lo menos profesionalmente, para adaptar una novela de Jean Gruault –colaborador de Truffaut y nominado al Oscar por el guión de Mi tío de América, de Alain Resnais-. Valérie Donzelli dirige, los dos escriben y Jérémie Elkaïm comparte protagonismo delante de las cámaras con Anaïs Demoustier en una película sobre dos hermanos incestuosamente enamorados.
El resultado es ridículo y se podría decir que hasta vergonzoso. Donzelli decide contar la historia como si fuese un cuento que estás contando a las niñas de un internado. Ese ambiente de cuento quiere ser reforzado con una puesta en escena fantasiosa y anacrónica, pero Donzelli se olvida a ratos de la idea y lo alterna con un tono melodramático y profundo. El guión no tiene pies ni cabeza, ciertos recursos visuales sobrepasan lo bucólico para provocar vergüenza ajena y las actuaciones son acartonadas y teatrales. Una película que no es digna de una sección oficial de ningún festival, menos aún de Cannes, y ni siquiera de la cartelera de un decadente centro comercial.
Dentro de la Semana de la crítica hemos podido ver el debut de Trey Edward Shults, un joven director de 26 años que ha pasado con gran éxito por el Festival SXSW (Gran premio del jurado). Auténtico cine independiente americano, no de ese que hace del independiente una etiqueta de género.
En la película la cámara sigue muy de cerca a Krisha (Krisha Fairchild), una mujer que ronda los 60 años y va a pasar el día de acción de gracias con su familia, a la que hace tiempo que no ve. Nada más sabemos de su vida, pasado o relaciones familiares; pero los movimientos de cámara, el montaje y el uso del sonido consiguen transmitirnos la sensación de incomodidad de la protagonista, la tensión de su presencia, el agobio de la casa llena de gente y la sensación de que algo en el pasado explica lo que pasa. En menos de 90 minutos conoceremos ese algo en un intenso y logrado clímax final. Buenas interpretaciones y una magnífica dirección de una película que tiene que servir para poner el nombre de Trey Edward Shults en nuestro radar.
Encajar las tres películas (casi seis horas y media en total) de Miguel Gomes en una programación tan extensa como la de Cannes ha sido una odisea. No es lugar este para contar las horas de espera y los bocatas comidos sentados mientras escribíamos con el portátil haciendo cola; pero los esfuerzos han merecido la pena.
En la primera película (L'inquiet) nos explica cual es el origen de esta película: viendo la situación en la que se encuentra Protugal en plena crisis, el director necesita contar esa historia; pero no quiere contar otra historia dramática más, no es eso lo que la gente necesita. Lo que él quiere es contar una historia sensual, atractiva... finalmente recurre a la estructura y la base de Las mil y unas noches: Sherezade tiene que contar historias que entretengan al sanguinario Sultan para que aplacar así su ansia asesina. Sobre esa estructura Miguel Gomes construirá su propia visión del Portugal actual.
La visión del carismático director portugués no es lo que se podría entender como normal. A los pocos minutos de película quedan claras las reglas: no hay reglas. La película es un disparate que explica los problemas los astilleros portugueses y sus rivales asiáticos haciendo un paralelismo con una invasión de avispas asiáticas asesinas que sufrió Portugal mientras realiza un interesante montaje en tono documental. Pero al cabo de un rato veremos un juicio a un gallo al que sólo entiende un juez ataviado del S.XVII con un escribano acordeonista... Desde la fanfarria, el disparate y el todo vale, Miguel Gomes hablará del poder, la corrupción, la burocracia o el afán de la gente en escudarse en los actos de los demás, entre otros temas. Consiguiendo descolocar al espectador, haciéndole reír, fruncir el ceño, preguntarse que está viendo y, si pone de su parte, haciéndole jugar a interpretar la disparatada idea.
Historias que por increíble que parezca están inspiradas de una u otra manera por noticias reales, no en vano Miguel Gomes contó con varios periodistas en el equipo para preparar el guión. Del mismo modo que Jia Zhangke sintió la necesidad en Un toque de violencia de ficcionar historias reales que leía en internet, Miguel Gomes sintió lo mismo al observar el delirante mundo en el que vivimos.
Con tanta duración la saga tiene altibajos, historias mejor resueltas que otras y una indescrptible mezcla de estilos. Dividirla en tres partes ha sido una buena solución para evitar el empacho; pero la osadía, la imaginación y el mensaje que tienen las Mil y una noches de Gomes merecen un aplauso.