Por Carlos Elorza
Con Grace de Monaco de Olivier Dahan, director de La vie en rose, se inaugura la 67 edición del Festival de Cannes. Con un reparto encabezado por Nicole Kidman y Tim Roth en el papel de sus altezas serenísimas y con la presencia de Paz Vega que encarna a Maria Callas, se trata de un fallido e increíble ejercicio de política ficción que algunos han calificado como la peor película que ha pasado por Cannes en los últimos 20 años. Yo no me voy a atrever a tanto. Me conformo con que sea la peor que veremos en esta edición del Festival.
La película llega a Cannes precedida por la polémica. Por un lado, las desavenencias entre los Weinstein, distribuidores de la película en los Estados Unidos, y los productores galos de la película por el tono de la cinta que provocó el retraso del estreno de la película que en principio estaba previsto para el otoño de 2013. Al parecer los americanos preferían un tono más cercano al cuento de princesas basado en las dudas de Grace cuando Hitchcock la reclama para protagonizar Marnie, la ladrona, mientras los franceses se centran en la disputa política entre Rainiero y Charles de Gaulle. Por otro, las acusaciones de la familia Grimaldi con Alberto II a la cabeza, por la falta de rigor histórico del relato, a las que Olivier Dahan, responde diciendo que él no es ni historiador, ni biógrafo, ni ha pretendido hacer un documental y que por tanto, se toma ciertas licencias dramáticas ya que su prioridad es que la película funcione. Si la familia Grimaldi hubiera visto la película, estaría tranquila. No hay quien se crea la grotesca trama de política, espías, traiciones y dudas principescas que han urdido Olivier Dahan y su guionista.
La película intenta combinar dos subtramas. En una, la princesa Grace, aburrida de su vida como princesa, recibe una apetitosa oferta de Hitchcock para protagonizar Marnie, la ladrona. En la otra, Charles de Gaulle acuciado por la crisis de Argelia, ha decidido chantajear a Rainiero para que Mónaco deje de ser un paraíso fiscal y el refugio de muchas empresas y ciudadanos franceses que trasladan a Mónaco su residencia para evitar el pago de impuestos. Desgraciadamente, la asociación de ambas resulta artificiosa y las relaciones causa efecto forzadas. Las piezas no encajan.
Igual que Dahan, yo no soy historiador. Desconozco si los hechos narrados ocurrieron o no. Pero lo que está claro es que tal y como los plantea en la película resultan inverosímiles: temas íntimos tratados en una comida con familiares y amigos, secretos de estado guardados de cualquier manera, relaciones internaciones tambaleándose por un comunicado de prensa de un estudio de Hollywood... una reducción simplista y maniquea de la realidad y de los personajes (Grace buena, franceses malos, Rainiero depende) que en algunos momentos ha provocado risas involuntarias de los espectadores y que es más propia de los malos telefilmes de sobremesa que de la película encargada de inaugurar el festival de cine más prestigioso del mundo.
La versión que se ha visto en la Croisette es la de los productores franceses en lo que se entiende es su ‘bendición’ por parte del festival, pero uno nunca sabe lo que podrían acabar haciendo los todopoderosos hermanos Weinstein.