El primer fin de semana del festival de cine y derechos humanos de Donostia ha sido, al menos, en cuanto a público, un éxito. Largas colas y el Victoria Eugenia hasta los topes para ver algunas películas que, de entrada, no tendrían por qué ser atractivas. Aquí un breve resumen de lo que pude ver.
La inauguración fue Coming Home, de Zhang Yimou. Ya sabemos que el director no pasa por su mejor momento, pero viendo su última película, creo que está ya herido de muerte. Una historia simplona, complaciente. Eso era de esperar, viendo algunas de sus últimas películas, y que la mirada política iba a estar absolutamente suavizada, también. Pero es que además, por la reiteración y el relleno de su estructura, la película se vuelve monótona y aburrida, cosa que no ocurría con las anteriores. El drama que propone requiere de cierta sofisticación y sensibilidad que sus personajes planos y sus brochazos argumentales no ofrecen de ninguna manera. Tiene unos primeros veinte minutos que aguantan el tipo, pero pronto entra en bucle, con escenas que repiten una y otra vez los mismos elementos. Se salva un poco con un plano final helador en el que los personajes esperan, con más resignación que esperanza, el regreso de un pasado que nunca volverá. Yimou aporta algo de dinamismo a la cámara, especialmente en las escenas de baile y en el uso descarado del zoom, pero ese guión no hay quién lo mueva.
Mucho más interesante es We come as friends, el último documental de Hubert Sauper (La pesadilla de Darwin). El director aterriza con un cacharro volador de su invención, en una tierra que parece ser de nadie, habitada por tribus y por mercenarios en busca de petróleo. Podría ser el punto de partida de Mad Max 2, pero no, es un documental ambientado hoy en África. Su tono flirtea con la ciencia ficción, con paisajes asombrosos, vertederos apocalípticos, y megacorporaciones adueñadas de un territorio en venta que no pertenece a sus gentes. Incluso se compara en varias ocasiones, la neocolonización africana como la conquista de otros mundos, de la luna y otros planetas. Pero esto no es ciencia ficción. Es la cara más oscura del neocolonialismo, donde quienes pretenden querer cooperar en levantar el país, se mueven por sus intereses (económicos, religiosos...) como los dueños de esa tierra. Ya ni siquiera pretenden crear una colonia, es más una acción de saqueo. Sauper no opina, apenas describe, no hay demasiados rótulos explicativos, pero la observación y las entrevistas, van dejando un retrato muy claro de la situación actual en Sudán (extrapolable a otros lugares de África). Al menos, desde su punto de vista.
Durante el interesante coloquio posterior, Itziar Ruiz-Giménez Arrieta, del Grupo de Estudios Africanos UAM, comentaba, creo que con acierto, que a la película le falta un contrapunto positivo. En ese tono postapocalíptico, no hay una muestra de las acciones sociales que, según ella, sí existen. En su opinión, la película peca de barbarismo.
La profesora de historia es el tipo de película que los franceses saben hacer con el piloto automático. Una profesora que lucha por abrir las mentes de sus alumnos interculturales, y que sean, sobre todo, mejores personas. Aunque se basa en un hecho real ocurrido en francia, el argumento es muy similar al de Diarios de la calle, en la que Hilary Swank interpretaba a una profesora que les hace leer a sus alumnos (interraciales) El diario de Ana Frank. Tiene sus momentos y es en general, entretenida, porque como ya digo, los franceses nacen sabiendo hacer esta película. No es, desde luego, de las mejores de su subgénero, y está muy lejos de hitos como La clase. Juega con la idea de la apuesta por la laicidad de las escuelas francesas, frente a la diversidad de sus alumnos, pero no desarrolla demasiado el tema. Cumple el expediente y nos deja buen sabor de boca, y volver a creer en el ser humano, después de ver tanta tragedia.