Pacific Rim paga su peaje como blockbuster veraniego, y lo paga del todo: Protagonistas planos, relaciones y conflictos interpersonales de parvulitos, traumas de manual y tramas telegrafiadas. Héroes y mártires señalados ya desde su primera aparición. Y salvaciones finales marcadas por el canon del género, sin ningún disimulo.
Dicho esto, en paralelo, admitamos la gran noticia: Del Toro ofrece justo lo que prometía, aunque no durante toda la película, claro. Pero hay metraje más que de sobra para satisfacer a los que esperábamos un espectáculo pirotécnico diferente, orgullosamente infantil y mayúsculo.
Hay dos grandes tramos en Pacific Rim, el inicial y, especialmente, la casi media hora de destrucción y disfrute en la ciudad o, más bien, el escenario de lucha Hong Kong.
Este tipo de intro síntesis/sinopsis para plantear el escenario y contexto suele ser, asumámoslo, un rollo. Así que minipunto para Guillermo Del Toro: Su comienzo, en cambio, es un huracán y nos permite disfrutar de la primera pelea kaiju vs jaeger. Un detalle nos demuestra ya la inteligencia del director: Ese barquito que pinta poco en la secuencia… salvo colocar en escena un objeto de tamaño "normal" para que entendamos claramente la mastodóntica escala de sus dos juguetitos.
Luego, claro, viene lo obligado: Conocer mejor al héroe y descubrir sin sorpresa lo poco aporta como personaje. Conocer al mariscal y descubrir una vez más que Idris Elba es una mala bestia pero, sí, que su personaje también da igual. Lo mismo con el rival ególatra y chuloplayas, que ni nos va ni nos viene. Tres cuartos de lo mismo con la aspirante japonesa, que desde el minuto 1 apesta a hijastra del mariscal. Dos segundos y sabemos lo que pasará con cada uno de ellos, pero Del Toro necesita más minutos para construir todo este mapa anunciado. Paciencia, porque lo que de verdad mola es ver a Elba y a Rinko Kikuchi luego, donde cuenta: ¡En plena pela!
Hay en este tramo, al menos, un buen premio: Conocer a los cuatro personajes más interesantes, los cuatros jaegers, cada uno bien diseñado, con su propio rostro y personalidad: Personajes de hojalata.
Todo da igual, en realidad, porque sabemos que estamos pagando el peaje de blockbuster y que enseguida pasará, Del Toro lo sabe también y lo intenta amenizar con Santiago Segura y Ron Perlman haciendo el payaso. Un pasillo que recorrer para llegar a estancias mejores. Y así, enseguida, llega la película de verdad, llega la auténtica Pacific Rim: Una pieza de media hora en la que cuatro jaegers se enfrentarán a dos kaijus en pleno Hong Kong, especialmente el enfrentamiento entre Gipsy Danger y una de las bestias, utilizando todo lo que pillan a su paso (barcos, trenes) para usarlos como armas.
Es aquí donde Del Toro magnifica el espíritu real de la película: Un espectacular trabajo visual destilado hasta el minimalismo más bruto y disfrutable, el sueño desmedido de cualquier niño de 10 años, un entretenimiento limpio e indoloro a pesar de los bestiales golpes y destrozos que monstruo y robot infringen a la ciudad -y entre ellos.
Lástima que la segunda gran pieza, el desenlace, sea más confusa (bajo el agua y en la puerta interdimensional) y sobre todo deba pagar, de nuevo, el peaje de marras, adjudicando las tarjetas de héroe o mártir según toca y tal como ya todos anticipábamos, y ofreciendo el ridículo numerito final de sacrificio…. y, no, nada de sacrificio, mejor que sea la salvación que el espectador esperaba.
No importa. Siempre que ha podido, Del Toro ha sacado espacio para convertir Pacific Rim, la película, en Pacific Rim, lo que todos queríamos ver. Es a menudo, que no es poco. Y es por ello que sigue siendo tan recomendable.