La mitad de Óscar es una película que transmite desde un tono absolutamente despreocupado por el espectador, una historia tremenda, fuerte, dura y cierta, sin el añadido de la comercialidad y el morbo en busca de una entrada de cine. Partiendo de esta base bien se merece que nos esforcemos por soportar, bien dicho, cierto poco énfasis en tratar de ser al menos algo más agradecido y fluido con la cámara.
El director, buen amigo de Jaime Rosales (La soledad o Tiro en la cabeza), coge sus maneras y las transporta en todos y cada uno de los momentos, si acaso con algo más de pose, pero con los mismos encuadres agotados y aisladores, y eso que conste, que a mí no me parecen mal, pero en muchas ocasiones no hacen falta, que todos, sean tan soberbiamente proscritos de amabilidad artística.
Escenas como la del caminar por las rocas en busca del mar entre los hermanos, hacen de la película algo profundo y poético que disfrutar sin necesidad de besos y abrazos, sin necesidad de tomas de agresividad de personaje o explicaciones grotescas. La película es por tanto una enfermiza manera de rebuscar y mostrar, con cariño novelesco incluso, como si de literatura se tratara, una agonía que sólo se entiende cuando la mirada de frente de sus personajes se aúna, junto con el público, en una pasión y necesidad de vida tan cercana a la depresión verosímil, al personaje que podemos creernos sin estar radiografiado sino únicamente mostrado.
No apta para público comercial, no apta para quienes no quieran esperar, no apta para quienes necesitan las cosas fáciles con el largometraje…