Albert Serra, el cineasta rebelde, el tipo que no duda en autoproclamarse como mejor director del cine español, el que la acaba de liar en los premios Gaudí mandando a Guantánamo a todos los actores del cine español, viene a Donosti de la mano de los cines SADE para presentar su película, Historia de la meva mort, en Los jueves del Trueba. Uno se acerca a hacerle la entrevista esperando cualquier cosa, quizá un divo intratable. Pero nada de eso. Resulta ser de lo más amable, encantado de charlar de su forma de ver el cine. Muy razonable pero, eso sí, no se corta en decir lo que le viene a la mente, sin tapujos.
Por ejemplo, opina que la situación de los Goya es patética. Dice que es un mal general en las academias de otros países, y que toda obra que pretende ir más allá es ignorada por estas. Pero incluso comparado con ellas, asegura, lo que participa en los Goya es muy malo. La herida, por ejemplo, le ha parecido ridícula. El problema, dice, es que la academia está gobernada por los actores, y se apresura a añadir: ya los mandé a Guantánamo. Decir, lo dije en broma pero pensar lo pensaba en serio. Eso sí, también dice que la academia siempre le ha tratado bien.
Para bien y para mal, Serra es una persona de ideas claras e insobornables. Sabe muy bien que sus películas son para una minoría y que tienen difícil recorrido. Le gustaría que los exhibidores arriesgaran más pero comprende que la situación es difícil. Ganar en Locarno le ha dado más facilidades a la hora de que le hagan caso. Ha aumentado la curiosidad de la gente. Hombre, salí en el Hola. Ha tenido más facilidades en la distribución internacional. En cualquier caso, asegura que jamás cambiará ni un punto ni una coma para vender mejor su película. Y está muy confiado en que podría, pues ha grabado nada menos que 400 horas de película y en el montaje sabe perfectamente qué podría poner para gustar más.
Pero, a veces, a pesar de todo he decidido gustar menos. De hecho, me tendrían que contratar como montador comercial, de películas malas de otros, que las mejoraría mucho y las haría más atractivas, pero son demasiado tontos para hacer eso.
No se plantea hacer una película más asequible en el futuro, para llegar a más público, porque dice que eso sucede por casualidad. Pone el ejemplo del cine de Almodóvar, que para unos puede ser asequible pero no por las mismas razones para todos.
A mí me puede gustar la de Almodóvar y le puede gustar a aquella señora que pasa por allí, pero no por los mismos motivos. Pero mira, los dos pagamos la entrada. Por eso él es millonario y yo estoy pobre. Pero el tiempo dirá quién de los dos perdurará, quizá ya después de muertos, porque antes no me da tiempo de cogerle.
La película trata un encuentro entre Drácula y Casanova y según el director, esta idea tan rocambolesca, nace de la casualidad. Un productor rumano que había visto Honor de cavallería, quería que hiciera algo similar con el personaje de Drácula (en aquella, se desmitificaba el personaje de Don Quijote). Serra asegura que no había visto ninguna película de Drácula, ni de terror ni de cine fantástico, pues no le interesa en absoluto el tema. Sin embargo, poco a poco le fue resultando un reto. De la misma manera que las novelas no se escriben ni con historias ni con personajes, se escriben con palabras; las películas se hacen con imágenes. Por ello, aunque el tema no resulte interesante, considera que lo importante es el estilo. Para aumentar el interés, y como en ese momento estaba leyendo las memorias de Casanova, se le ocurrió mezclar a los dos.
Los dos personajes comparten la cuestión del deseo y del placer, aunque tienen imaginarios distintos: Casanova representa el siglo XVIII, el siglo de las luces, del racionalismo... y el otro representa el romanticismo, una cosa gótica, oscura. Al relacionarlos se hace un viaje de las luces a las tinieblas. Poner en imágenes estas dos atmósferas era lo que más me interesaba. Siempre de una materialidad que saliera de las imágenes.
A pesar de que principalmente quiere transmitirlo de forma plástica, explica que en esta película, al contrario que en sus anteriores trabajos, ha incluido más contenido, expresado también a través de los diálogos y hay más personajes. Por esto también cree que es más difícil desconectar, que tiene más gancho. El espectador se pregunta qué va a pasar. Sobre sus decisiones temáticas, lo tiene muy claro:
Yo decidí hacer cine para divertirme, para poder vivir una vida paralela mejor, más divertida, con unos valores que no serían aceptados en la vida real.
Aunque la película resulta muy pictórica, Serra explica que no se ha inspirado en ningún pintor o cuadro en concreto. Yo estoy más por la acción y no me preocupo mucho de estas cosas. Lo que sí tenía claro es que quería planos muy oscuros, representar la materialidad de lo oscuro, y se refiere a las pinturas negras de Goya, que además de ser espiritualmente oscuras, también son plásticamente oscuras. Con esto dice llegar a unos términos casi experimentales o incluso visionarios, que requiere un esfuerzo del espectador. Un amigo me dijo que la película es como un trippy psicodélico, y en cierta manera esta oscuridad te obliga a hacer una inmersión total.
Dice no tener referentes cinematográficos. Lo intenta olvidar y considera que ese es su fuerte, no parecerse a nada. Le gusta Buñuel porque no se parecía a lo que estaba hecho ni a lo que se ha hecho después. Por ello él se fija más en otras cosas como la literatura, el arte. Por ejemplo, el dadaísmo, o a través de la energía en el rodaje, el caos, provocar dificultades. Cuestiones que otros en cine no considerarían positivas, en cambio, si vienes del surrealismo o del rock and roll sabes que un directo salvaje se puede conseguir una sublimidad que a veces es difícil utilizando los mejores medios.
En su película ha creado universos artificiosos inverosímiles y después los ha habitado con un salvajismos hiperrealista y ultranaturalista de los actores no profesionales. Quiere crear un mundo hermético, diferente de nuestra propia vida, con sus propias reglas, pero habitado por personajes reales.