Expediente X: El Cine en la caja tonta no es cosa del siglo XXI


06 de Agosto de 2013
por David RL

Mucho se habla ya desde hace unos añitos del nivel de calidad que está alcanzando la ficción televisiva. Por un lado, sí, negar la evidencia implicaría no querer ver series que gritan a quien quiera escuchar su interés por cuidar el producto tanto o más que por arrastrar un porcentaje de share, frío pero necesario: Significa supervivencia. Por otro lado, encuentro dos "peros" a la eterna cantinela: "Hay series que son mejores películas, ya, que las del cine". La primera es que sigo pensando que los mejores capítulos de las mejorísimas series siguen sin conseguir empatar siquiera con las mejores películas, de entre los habituales top 5 o 10 o cuantas se quiera, año a año. Por otro, parece que se escupe ese lema como una realidad a la que la televisión hubiera conseguido llegar estos días después de años de deambular por la oscuridad y la mediocridad. Y tampoco.

El primer argumento es hasta lógico: Por su propia naturaleza, hasta las más exitosas y caprichosas de las teleseries no pueden dedicar el esfuerzo económico, el dilatadísimo plan de rodaje y, finalmente, el mimo a absolutamente todos los detalles que, por ejemplo, si se le permite a David Fincher para rodar La red social. Es un simple ejemplo. Repito y recuerdo: Hablo de comparar las mejores con las mejores. Por supuesto que The wire dará mil vueltas a Dos chalados sobre patines, pero aquí no hablamos de eso, ¿verdad?

The Wire

El segundo argumento es importante: Insistir en que la tele ha llegado ahora a ese status es insultante. Por un lado ha evolucionado como lo ha hecho cualquier medio. Por otro, sí ha ganado en pedigrí: Los grandes actores y realizadores ya no temen ver su nombre ligado a la caja tonta, cuando antes lo rehuían. Pero negar la existencia de productos de calidad ya desde hace décadas es no querer ver El diablo sobre ruedas (Steven Spielberg, 1971), es pretender olvidar algunos de los brillantísimos capítulos de La Dimensión Desconocida, es obviar el impacto de David Lynch con su Twin Peaks, es negar la insultante calidad de los mejores episodios de Expediente X. De nuevo, son simples ejemplos, entre decenas.

Esta diatriba introductoria, perdonadme, me la permito para iniciar una serie de artículos en los que quiero repasar algunos de mis capítulos preferidos de, quizá, mi serie de televisión preferida, Expediente X. La elijo e introduzco así porque, siendo un producto tan de los 90, previo al boom de respaldo y prestigio de la ficción televisiva actual, es el paradigma de producto de la tele usamericana (aunque en sus primeras temporadas rodado en Canadá) con un cuidado tal por su factura que, visto hoy día, provocaría ese lema incansable: "¡Mejor que muchas películas!"

Bien, su formato de capítulos de poco más de 40 minutos de duración y la limitación de medios en su primera temporada, así como la necesidad de ir hilando una trama quizá no pensada a fondo desde el inicio (suele suceder en casi todas las series; audiencia obliga), además del inevitable cansancio tras la acumulación de temporadas, son motivos que nos llevan a encontrar limitaciones de todo tipo en diferentes capítulos y épocas de la serie, pero esto no quita un nivel medio notable y, por encima de todo, varias joyas para ponerse una y otra vez, y disfrutarlas, y sorprenderse con el mimo tan "cinematográfico" con que se planearon y ejecutaron.

Como esta introducción ha terminado por convertirse en una reflexión, a vuelapluma, de cinco párrafos (perdón por mi paupérrima capacidad de síntesis) aprovecharé el sexto no para arrancar el comentario de un primer capítulo, sino para anunciar cuál será y posponerlo para un segundo artículo. El episodio elegido es Beyond the sea, para el que Chris Carter contó (le costó) con Brad Dourif como villano estelar. Os animo desde ya a recuperarlo.

Brad Dourif




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