Hacernos creer que se puede rescatar la memoria a corto plazo de 8 minutos de un cadáver calcinado es la primera de las causas de mi despiadada mala crítica de Código fuente. Transmutar esta mencionada memoria a un soldado muerto, como así se describe en el film, y que éste opere con ella, sólo me hace pensar en cómo consigue sostenerse y crear nuevas situaciones si su memoria a largo plazo, la que le ayuda a recordar todo sobre él, comenzando por sus dotes de militar eficiente, ya está muerta. Sostenerse en la idea de que reside en otra persona, sólo nos hace pensar que es posible utilizar la memoria a largo plazo para seguir viviendo situaciones dentro del tren porque utiliza la memoria a largo plazo del recipiente, pero ese recipiente, llamado Sean Fentress, desconoce el pensamiento adiestrado de nuestra protagonista Colter Stevens.
Pasado este punto, también podríamos incidir en lo más grave para mí que es inventarse posibilidades sin una mera base científica que poder creer meramente por el mero hecho de hacerlo y punto como amantes de la ciencia ficción. Si sólo tiene acceso al mundo del tren por los ocho minutos de memoria a corto plazo que le han facilitado a través del recipiente, es imposible que todo aquello que el recipiente no ha visto pueda ser cierto, y como mucho será inventado por nuestro desgraciado protagonista. Que se lo invente sobre la marcha no me importa, como se puede inventar una estación intermedia del recorrido o los baños de la misma, pero que se invente el tamaño, color y matrícula de una furgoneta con explosivos, y en el mundo real también sea del mismo tamaño, color y matrícula es inconcebible y por tanto, demasiado incierto como para pasarlo por mi filtro de tolerancias. Si hubieran detenido a una furgoneta o vehículo cualquiera perteneciente al terrorista Derek Frost sin parecerse siquiera a la imagen mental creada por nuestro héroe podría entenderlo, pero de su invención la coincidencia con la realidad es insultante.
Y más allá, uno puede creer en el positivismo de la existencia de la vida, en otra forma y manera, tras la desconexión, pero lo que uno no puede es dejarse atrapar por la falsa trampa vigorizante de crear la posibilidad de conexiones entre ese mundo inventado y limitado y el mundo real por teléfono móvil y sms o e-mail. Que Colter invente una llamada teléfonica con su padre para autosatisfacer sus deseos de redención o que continúe en su mundo de amor minutero puede entrar en mi almacén de situaciones medianamente tolerables, pero que la última escena nos haga comprender que el mensaje ha llegado al mundo real para crear una tan ansiada paradoja temporal, es retorcer la inteligencia de todos los espectadores.
Código fuente es una idea interesante pero muy mal llevada a la pantalla por sus permisivas justificaciones que deberían tan sólo haber sido explicaciones vagas que afrontar por un espectador a su favor, con ganas de aceptar las premisas y seguir adelante con el film consciente de sus errores, pero de esta forma, tratando de no explicar o dejar en el aire como esperando que nadie se de cuenta, es un trabajo de poco esfuerzo y muy ligera intención artística.