Casi por rutina y sin premeditación uno se planta delante del televisor para ver una nueva gala de los Goya, argumentando que, sin cortes publicitarios, seguramente será mucho más digerible. Además está Buenafuente. Y poco a poco, esa pequeña consolación o resignación, se va tornando en una sensación de estar viviendo una especie de momento histórico, y no me refiero a ver a Bardem y a Pe sentados juntos, que también. No, hablo de un momento importante, una actitud de cambio, de mejora, de sensatez y sobre todo de reconciliación.
Reconciliación con Pedro Almodóvar especialmente, con un truco final delicioso, escondiéndolo, excluyéndolo de la alfombra verde para crear una falsa sensación de fracaso y potenciar una sorpresa, que, como si de un final de película se tratara (de película americana, todo hay que decirlo) puso un broche de oro a una gala muy divertida. Alex de la Iglesia lo había prometido y finalmente, con el mayor concepto de espectáculo del que es capaz, lo descubrió como conseguido. Es difícil que alguien piense que Almodóvar ha limado así todas sus asperezas, cuando aún ahora sus películas siguen teniendo una acogida mucho mayor fuera que dentro de nuestras fronteras (por la academia y por la prensa, no olvidemos sus problemas con El País), pero toda reconciliación empieza por un gesto de voluntad.
Tuvimos un palmarés sensato, aunque a mi entender, El secreto de sus ojos es superior a la ganadora, creo que Celda 211 es una opción muy digna y sobre todo un valor muy importante para la evolución del cine español. El premio como director para Daniel Monzón muy merecido. En general, la sensatez marcó los premios. Por suerte, la inexplicablemente mala película de Fernando Trueba se fue de vacío. Hubo también lugar para pequeñas películas de calidad como Tres días con la familia.
La gala tuvo mucho dinamismo, con un Buenafuente más tenso
de lo habitual, pero con su humor ingenioso, y comentarios punzantes como
cuando se dirigió a la ministra Sinde "Bajaría a saludarla pero no me atrevo a
bajar nada delante suyo". El video introductorio tuvo buen nivel y el falso tráiler
de Celda 211 reconvertida en comedia
fue muy divertido. Sin duda, una de las mejores galas, si no la mejor, que por
fin se olvidó de quererse diferenciar de la gala de los Oscar, y así pudo encontrar su
propia personalidad, en lugar de alejarse de la de otros. El momento de entrega
del premio honorífico a Antonio Mercero,
con el presidente de la academia en su casa, fue muy emotivo.
No faltaron momentos anoche, aunque sin duda el plato fuerte fue el gran discurso de Alex de la Iglesia, y aquí volvemos a hablar de reconciliación, pero esta vez con los espectadores. El nuevo presidente rompió con el tradicional discurso soporífero, ñoño y pedigüeño de sus antecesores, y fue al grano, a decir lo que debía ser dicho. Los problemas que planteó no hablaban de piratería -que no es el gran problema del cine español-, ni extendió la mano para pedir limosna. Pidió un cine variado, "hacer todo tipo de cine, tanto grande como pequeño, contar todo tipo de historias...", pidió la implicación de la televisiones privadas para "ofrecer una mayor calidad a los espectadores", habló de industria, recordó que el cine no son sólo artistas glamurosos sino un montón de puestos de trabajo. Pero sobre todo, pidió humildad, porque uno de los mayores males del cine español es su imagen para los españoles (la del cine y la de los cineastas). Ha sabido ver los problemas clave, ha sabido denunciarlo, y lo ha hecho de forma clara y sincera. Aunque mejor que contarlo es verlo:
Fuerza y honor para Alex de la Iglesia. Un discurso es sólo un discurso, sólo palabras, pero tiene mucho poder. Ha conseguido ya más
que muchos otros y que algunos creamos que tiene un futuro la industria del
cine español. Jóvenes talentos no faltan, y viejos maestros también los hay. En
un año de mejores resultados de taquilla, en el que se han rodado las dos
mayores producciones de nuestro cine (Agora y Planet 51), en el que se han podido
ver en Cannes varias películas españolas (Agora,
Los abrazos rotos, El mapa de los sonidos de Tokio), en
otros festivales también ha habido participación española, se han podido ver
propuestas para los jóvenes y los críos, ha podido salir adelante un proyecto sin subvenciones como es La herencia Valdemar y la ganadora de este año, Celda 211, ha sido un éxito de crítica y
público, sólo faltaba una cosa: que se echara abajo el dichoso ombliguismo del
cine español. Bravo.
Pero aún hay mucho por hacer.