Puede que no tengan mucho que ver, aunque quizá precisamente por eso valga la pena compararlas. El mítico estudio de animación Ghibli, el de las películas de Miyazaki, ha estrenado dos títulos a la vez. Quizá una decisión arriesgada de la distribuidora, o puede que una oportunidad de hacer un doblete en salas. Las películas son El recuerdo de Marnie de Hiromasa Yonebayashi y El cuento de la princesa Kaguya de Isao Takahata. Un recuerdo y un cuento.
Las dos son, a primera vista, ya en el dibujo, muy diferentes. Para Marnie, se ha utilizado un tipo de dibujo clásico, con la sofisticación actual en el acabado, pero clásico en su concepto. Muy al estilo más académico de Ghibli. La pintora con el vestido agitado por el viento nos puede recordar fácilmente a El viento se levanta. El tema, con el viaje a lo rural, y algunos elementos europeos de época, pueden llevarnos incluso hasta Heidi -si miráis bien veréis a Clara y hasta al abuelito. Aquella fue una serie precisamente de Isao Takahata, en la que también participó Miyazaki. En cierto modo, Yonebayashi está practicando el tipo de animación de los veteranos, mientras que el octogenario Takahata, utiliza un estilo mucho más arriesgado y moderno en El cuento de la princesa Kaguya.
No es que esa licencia cercana al boceto a lápiz que utiliza Takahata sea algo completamente nuevo, pero extraña ver este tipo de animación fuera de cortos. Para un largo de más de dos horas, con aspiraciones comerciales, es todo un atrevimiento. La técnica está tan bien aprovechada que es fácil acostumbrar los ojos. Algunos momentos, como la huida visceral de Kaguya, son de una expresividad apabullante. La simplicidad del contexto, casi una página en blanco, centra todo nuestra atención en los personajes. En cuanto a la otra película, el dibujo es detallista y sofisticado, y aquí el contexto tiene una importancia casi impresionista, con bucólicos atardeceres en el lago, o envolventes retratos costumbristas de la región. En ambas película contemplamos la luna en un momento -a decir verdad, en una de ellas, después cobra más importancia, pero esto es otra historia. Ese plano lunar es clave para mostrar las diferencias entre ambas. En El recuerdo de Marnie, una bella imagen con reflejo en el agua. En El cuento de la princesa Kaguya, una luna en pocos trazos, de circunferencia imperfecta.
La historia de El recuerdo de Marnie, es una adaptación de una novela juvenil de Joan G. Robinson, publicada en 1967 con el título de Cuando Marnie estuvo allí. Al trasladar la acción a Japón, se ha mantenido algún elemento occidental, con lo que se observa el gusto por lo europeo del que hablaba antes, tan habitual en Ghibli. Se vislumbran algunos elementos muy claros del cine de Hitchcock, especialmente de Vértigo, tanto en los juegos del más allá como en la catarsis en la torre. No sé si esto estaba presente en la novela, pero por la fecha podría ser -y el nombre de Marnie no me parece casual, menos si tenemos en cuenta su incapacidad social, la tormenta… No deja de ser un cuento para jóvenes, y con algunos tintes clasistas algo casposos que quizá hace cincuenta años eran más aceptables. Le salva un desarrollo sensible y sofisticado, acompañado de una animación que, aunque no sorprende, está mimada al detalle.
El cuento de la princesa Kaguya está inspirado en una leyenda japonesa del siglo X. En este caso, aunque la trama principal es la de la leyenda, hay algunos elementos nuevos, bastante relevantes, que aportan importantes capas emocionales a la historia. En este sentido, también es un caso contrario al de Marnie, pues hay una importante carga social anticlasista. La sencillez de su dibujo es comparable al estilo aparentemente naif de su historia que, sin embargo, consigue un fondo sólido, doloroso, bello a veces, melancólico. Comentaba, en cuanto al estilo del dibujo, que minimiza elementos de contexto para centrarse en los detalles. Ocurre igual con su narrativa, en la que puede centrarse en detalles tan concretos como la tintura tradicional de los dientes, y de esa manera, representar toda una cuestión social. En realidad, ambos estilos, narrativo y el de la animación, se funden y se mezclan, de una manera que nos recuerda por qué sigue teniendo sentido la animación. Una de las películas del año.