Normalmente, cuando hablamos de tendencias cinematográficas, hablamos de Cannes, o de directores independientes. Sin embargo, lo cierto es que toda la experimentación que funciona en el cine independiente como aspiración artística termina calando, de un modo mucho menos violento, en el cine comercial, como aspiración económica.
Se habla mucho de la dualidad realidad ficción en las películas de la última época. Creo que Hannah Montana es un ejemplo tan válido como cualquier película sesuda de festival. Hablemos de la serie o de la película reciente, viene a ser lo mismo. Ante todo, un breve resumen del argumento para quienes no se hayan acercado demasiado a este fenómeno juvenil.
La actriz Miley Cyrus interpreta dos personajes que son una misma persona: una chica normal con la que comparte el nombre, Miley Stewart; y por otro lado, la identidad pública de esta, la famosa estrella Hannah Montana, que quiere pasar desapercibida en el colegio y de ahí su identidad secreta. En el papel de su padre, Robby Ray Stewart, su verdadero padre en la realidad, Billy Ray Cyrus.
Hay una dualidad clara entre realidad y ficción. Cambiar el apellido Cyrus por Stewart es casi innecesario. Los estudios Disney tienen muy claro que no deben malgastar sus esfuerzos en potenciar un personaje (Hannah Montana), resulta mucho más rentable crear una estrella (Miley Cyrus), porque ella podrá seguir cuando la serie termine, porque podrá dar conciertos, o aparecer en televisión. Se funciona así en todas las variantes mediáticas a la vez. Las niñas podrán identificarse directamente con la actriz, o con su mal disimulado pseudónimo, en lugar de con el personaje. Lo que ven es a Miley cantando, interpretando a Hannah Montana, siendo una estrella -como lo que es- envuelta en peripecias que son completamente secundarias. El argumento ya no importa.
Otro ejemplo similar, aunque más puntual, lo podemos encontrar en otra serie de la cadena, Los magos de Waverly Place. Dejando a un lado su argumento, en este caso irrelevante, la fuerza de la serie reside en el carisma de su joven protagonista, Selena Gómez. Podemos encontrarnos en Diseny Channel, un making of sobre uno de sus telefilms, Programa de protección de princesas. Por supuesto, un making para los más pequeños. En él vemos claramente como se potencia la figura de la actriz, de lo bien que se lo ha pasado grabando con su amiga del alma, fulanita de tal, y demás. Apenas se hace hincapié en la película en sí, simplemente se deja claro que la estrella juvenil, Selena Gómez, se ha divertido rodando una de princesitas. Una vez más la identificación es con la actriz y no con el personaje, del que apenas se habla. Poco importa el proyecto en el que se embarque. De esta manera, la Disney tiene un éxito seguro sólo contratando a una de sus estrellas. Ni vale la pena hablar de los Jonas Brothers, más de lo mismo.
La realidad dentro de la ficción, o la relegación de esta ficción a segundo plano, es algo que nuestros chavales aceptan de forma completamente natural. Son la generación de Gran Hermano, del formato reality aplicado a todo. Podemos ver a Jesús Calleja en Desafío extremo, subiendo al Everest con la cámara en la mano y no se trata de un documental al uso, donde una voz en off nos cuente las particularidades del monte más alto del mundo. Lo que vemos es a una persona real intentando conseguir un objetivo, lo demás es circunstancial.
Hannah Montana está más cerca de Operación Triunfo que de las series juveniles tradicionales. Podrían construirse capítulos sin argumento ninguno, si quisieran llegar tan lejos. Que una generación haya crecido bajo la sombra de estos nuevos formatos, es algo que el cine no puede dejar de lado, ni lo está haciendo. Lástima que los interesantes recursos de realidad - ficción, se usen ya para fines puramente económicos y cada vez menos para la experimentación artística. En cualquier caso, son tendencias a seguir de cerca.