Escribo estas líneas con pena. En su actual y enésima emisión en TV (ultra-repetida, y en ocasiones emitiendo un miércoles el mismo capítulo que vimos el jueves anterior), me había enganchado a esa grandísima serie, de aroma viejo y superdisfrutable, llamada Colombo. Tan avispado como entrañable, tan torpe casi siempre como hábil cuando había que serlo, capítulo tras capítulo la serie siempre repetía el mismo esquema. Lo sabíamos. Y también ellos, por eso siempre nos desvelaban en la propia introducción quién era el asesino. Y Colombo nunca fallaba, siempre apuntaba bien desde las primeras pesquisas.
"¡Ah!, una cosa más. Casi lo olvidaba, tengo una última pregunta..." ¡Cuántas veces he disfrutado de esta frase! Colombo se giraba, cuando ya estaba a punto de irse, y acometía la fase final de su acoso y derribo para con el presunto asesino.
Pero él, Peter Falk, no solo fue Colombo. Estuvo en la irregularísima pero a ratos divertidísima Un cadáver a los postres. Fue nominado no una sino dos veces al Oscar: El sindicato del crimen y Un gangster para un milagro, además en años consecutivos (1960 y 61). Trabajó para ilustres como Cassavetes, o Wenders, o Friedkin.
Pero sí, hay que reconocerlo: Con Colombo encontró un icono, o más bien él lo fabricó con las pocas premisas que le ofrecieron. Como ocurre en estos casos, finalmente, Falk es Colombo, para bien y para mal.
En estos últimos años, la demencia senil y uno de los grandes "villanos" de nuestro mundo hoy, el Alzheimer, consiguieron ir haciendo mella en el gran teniente. Ahora, el capítulo acabó definitivamente. Tenía 83 años.
Descanse en paz.