Para quienes vivan en Madrid o en Barcelona, probablemente no será nada del otro mundo asistir a reposiciones en cine de grandes clásicos. Para un chico de provincias como yo, sin embargo, es todo un privilegio que los cines Sade de Donosti se hayan atrevido a proyectar un pequeño ciclo de cuatro de las mejores películas del maestro del suspense: Con la muerte en los talones, Psicosis, Los pájaros y Vértigo. Creo que no les ha ido mal y espero que haya más. De momento, me sirve para lanzar un par de pensamientos desordenados.
El buen cine, en pantalla grande
Vivimos tiempos difíciles para la gran
pantalla con Internet, la inmediatez, lo gratis, la competencia de
ocio y demás. Como en anteriores ocasiones (la llegada de la
televisión, del vídeo), la industria reacciona con el comodín
circense del 3D. Una solución muy cortoplacista que nunca termina de
funcionar, pero que subraya la idea de que la pantalla grande está
para eso, para la pirotecnia vacía. Ver Psicosis en pantalla
grande me ha hecho recordar como nunca lo que significa ver arte en
su correcto formato. De la misma manera que no es lo mismo
(permitidme el siguiente exceso de pedantería) ver Baile en el
Moulin de la Galette de Renoir en la pantalla del ordenador que
contemplarlo en su grandiosidad en el Museo de Orsay. Esta idea me ha
recordado a Psicosis 24h, la versión que hizo el artista
Douglas Gordon ralentizándola a 2 fotogramas por segundo para que
durara 24 horas. Así la proyectó en algunos museos del mundo. Yo no
la he visto -ni ganas- pero creo que refleja muy bien la capacidad de
impacto de estas imágenes que pueden tener un valor casi como
exposición de arte -cercana a un simple cuadro estático. Sin llegar
a estos excesos artísticos conceptuales, me quedo con el
impresionante plano de Cary Grant escapando del avión a toda
pantalla, antes que con mil fuegos artificiales digitales explotando
a la vez con un trasfondo vacío. Quiero aclarar que no estoy
haciendo una diferenciación entre cine clásico y moderno - nada
más lejos de mi punto de vista- simplemente entre el cine de
calidad y el circo vacío.
El cine de Hitchcock es muy
imperfecto
Sobre las películas en sí, quiero
recordar las imperfecciones del maestro. No tenía ningún escrúpulo
en forzar movimientos bruscos con la cámara; utilizar trucos ópticos
que calificaremos, siendo benévolos, de osados; efectos especiales
muy por encima de sus posibilidades; y soluciones de guión que pasan
de lo más brillante a lo más dudosamente funcional. No le importaba
nada siempre que consiguiera su objetivo primordial: atrapar a su
público. No es de extrañar, por esta razón, pero también por su
cine abiertamente comercial, que la crítica de entonces, en su
mayoría, no le entendiera. Su caso siempre me hace pensar en
cineastas imperfectos actuales. Shyamalan, por ejemplo, de perfil
supuestamente comercial (aunque muy lejos del éxito de Hitchcock)
quien sacrifica muchos elementos en su cine para conseguir sus
objetivos, casi siempre con exquisita precisión. Pienso también en
Christopher Nolan, y su imperfectísima El truco final, con
esas explicaciones finales tan insoportables como las que nos hace
tragar su compatriota en el final de Psicosis. El tiempo
diluye las imperfecciones y salvaguarda sólo el talento. El truco
final es tan imperfecta como absorbente, cada día se convierte
más en mi favorita del director. Ojalá dentro de veinte años pueda
revisitarla en pantalla grande, con todo el respeto que se merece el
séptimo arte.