Segunda película de Jacques Demy tras Lola, la cual fue
acogida con parabienes por parte de la crítica cinematográfica. La idea de la
película surge cuando Demy acude con a Cannes a buscar la financiación de la
que será su tercera película y más aclamada, Los paraguas de Cherburgo, de la
que hablaré en la próxima entrada de este blog dedicada a Demy.
Una vez más, la película tiene un arranque magnífico, que se
sitúa como lo mejor de este film y que os dejo a continuación para que lo disfrutéis.
En comparación con Lola, La bahía de los ángeles es una película
más liviana en cuanto a estructura y en cuanto a diálogos, un film que se construye
sobre fundamentos cinematográficos, esta vez, más cercanos a Robert Bresson que
a Max Öphuls, a quien estaba dedicada su ópera prima.
La película es una reflexión muy interesante sobre el juego,
en lo que parece ser casi una adaptación muy libre de El jugador, de Fiodor
Dostoyevski. Una vez más nos encontramos con un personaje protagonista, Jean
Fournier, que se parece al personaje principal de Lola, con cierto desencanto
por su vida diaria y rutinaria y que tiene necesidad de cambiar. Un cambio que
Demy vuelve a ejemplificar a través del inicio de un viaje. Demy creo que
consigue retratar con este tipo de personajes el desencanto de la juventud, un
tema que considero ya universal con independencia de la época que se trate, la
búsqueda de algo que no se conoce y que en el caso de este protagonista va
mutando a lo largo del film.
A pesar de la sencillez de la trama y de la absoluta falta
de personajes, en comparación con su película anterior, Demy, en el cuerpo de
Jeanne Moureau, nos proporciona un personaje para el recuerdo y de una
modernidad para la época muy audaz. Un personaje absolutamente devorado por su
pasión que es capaz de traspasar la línea de objetividad y de frialdad con la
que Demy sitúa el punto de vista de la narrativa en esta película.
La austeridad y sobriedad no está exenta de unas emociones a
través del personaje de Jeanne Moureau que trascienden dicha ambientación fría,
aunque no exenta de cierta atmósfera en los casinos. No estamos ante la atmósfera
de El buscavidas, de Robert Rossen, pero se puede respirar el ambiente de juego
de la ruleta.
Si bien el esquema de la pareja protagonista parece
repetirse de su anterior film, Lola, en éste, el personaje femenino tiene una
fuerza muy superior, situándolo en una esfera muy masculina, incluso, sin
perder la femineidad de una Jeanne Moureau que no pierde glamour ni caminando
por la playa de Cannes con una maleta.
Lástima que quizá la película no se decida por un mayor arrojo y porque nos pasen las emociones a cierta distancia como espectadores porque se trata de una película que quizá estuviese creando los ingredientes para moldes de películas de amour fou y fatales. Como espectador te apetece ensuciarte más con ellos y de ellos y Demy no nos lo permite.
Como últimas notas, Demy vuelve a contar con Michelle Legrand, con una sintonía que acaba estando sobreexplotada y con un ayudante de dirección que se llama Costa-Gavras.