Esta es una película para hombres. Sí, puede sonar raro, porque es verdad que no quedan en muy buen lugar, al contrario que los personajes femeninos, que derrochan fuerza, éxito y control. Pero esta película no habla de éxito, ni mucho menos de control. Habla de patetismo, de incapacidad, de fracaso. Es fácil identificarse con los aspectos negativos de estos perdedores. Pensar en esa decisión que ha devaluado tu vida, en hacer el ridículo ante/por una mujer, no querer asumir la realidad, ser incapaz de comunicarte con un amigo íntimo, estar hasta arriba de traumas vergonzosos que quien sabe de dónde vendrán, no tener un duro y un largo etcétera en donde cada cual puede levantar la mano donde le corresponda (seguro que más de una vez). Si fuera un drama, sería trágico, pero, afortunadamente, es una comedia y es muy divertida. Y lo es porque relativiza todo esto, o lo normaliza, y al ver que no somos los únicos -o incluso que otros están peor- podemos reír. Dicen que la risa es terapéutica, y aquí podemos reírnos de nuestras propias taras.
Esto no funcionaría si no fuera
gracias a dos elementos indispensables. El primero es el
hiperrealismo de sus diálogos, cuidados al detalle. De esos trabajos
en los que uno sabe que el guionista está más pendiente de escuchar
a la calle, a la gente de su alrededor que a otras películas. Cesc
Gay consigue aquí un texto fresquísimo, creíble, muy alejado
del cliché. El segundo elemento es el repartazo. No quiero destacar
a ninguno porque absolutamente todos hacen un trabajo excepcional.
Creíbles, emocionales, intensos.
Quizá, en el aspecto de dirección, la
película no está tan cuidada. Se sostiene demasiado en el excelente
material sobre el que trabaja. Por otra parte, se agradece la falta
de adornos. No tendría sentido buscar una estética con demasiada
personalidad cuando el propio guión está despojado de todo adorno.
Si exceptuamos el pequeño giro/casualidad de la historia de Luis
Tosar y Ricardo
Darín, apenas hay nada en las pequeñas historias que sea
juguetón o artificioso. Los sucesos se dejan contar sin prisa, sin
buscar un ritmo propio de la comedia, sin sorpresas. Aunque eso no
quiere decir que no contengan momentos con brillo. Por ejemplo, el
abrazo de Darín a Tosar; o la conversación entre Candela Peña y Eduardo Noriega al final
de su historia, con esa relación tan especial que se crea de
repente entre ellos. Y es que, aunque no busca sorprender, el autor
se aleja tanto del camino marcado y de los lugares comunes, que
podemos disfrutar de situaciones diferentes. Es realmente meritorio
ser original trabajando desde el realismo más cotidiano.
El personaje de Darín nombra a John
Wayne, ese ideal de macho triunfador. Es difícil pensar que alguien
le pondría los cuernos, y mucho más difícil pensar en una reacción
mansa por su parte ante ello. Lo que atenaza en muchas ocasiones a
estos personajes no es tanto el fracaso en sí, sino la vergüenza de
presentarlo en sociedad, de mostrar que no son los duros pistoleros
que se supone deben ser. El autor consigue quitar hierro a todo esto.
Si tienes que lamerle los pies a tu mujer, embadurnados de miel, para
superar un trauma, ¿qué carajo? ¿Por qué no? Llora tranquilo le dice Eduard Fernández a Leonardo Sbaraglia, y en
cierto modo resume cierto espíritu de la película. Llora tus penas
sin vergüenza, no eres John Wayne ni tienes que serlo y sigue
adelante, en el fondo no es tan grave, si tú supieras lo que le pasa
al vecino. De lo más terapéutico.