Juan José Campanella llega a la rueda de prensa acompañado de Arturo Vals, una de las voces de las versión española, y varios productores. Pero lo cierto es que todas las preguntas van para él, algo le cae de rebote a algún productor, mientras que Vals se conforma con hacer alguna pequeña intervención jocosa. No parece un problema para el director, que se explaya en cada pregunta como manda el tópico de los argentinos.
De entrada ya se le pregunta por la posible secuela. Campanella prefiere ser cauto y asegura que no debería hacerse solo porque la primera haya funcionado bien sino porque encuentran como desarrollarla. Dice que están pensándola pero sin apuro. Matiza que aún no saben ni siquiera si la película funcionará bien en todo el mundo. Donde sí lo ha hecho ya es en Argentina. Eso sí, ya se ha vendido a países tan exóticos como Corea.
Campanella dice no ser una persona
futbolera y niega las referencias directas a personajes conocidos del
mundo del fútbol. Futbolín trata tanto de fútbol como
Casablanca de guerra, sentencia.
Se habla también de las referencias
cinéfilas y dice que aunque algunas de ellas son evidentes (2001,
Apocalypse Now), otras son más sutiles como Otelo de Orson Welles.
Dice haberse fijado menos en otros cines de animación a la hora de
representar los gestos, que en el cine de imagen real y menciona por
ejemplo a las miradas de Ingrid Bergman en Casablanca que han
intentado imitar.
Uno de los temas más polémicos es el
del doblaje, ya que, además aquí en el festival se ha pasado la
versión española. Dice que ambas versiones están concebidas como
versiones originales y que él ha colaborado directamente en las dos,
incluso en la inglesa. Desde el principio han mantenido esa dualidad
y han barajado diversas opciones. Sobre el personaje que en la
versión española mantiene su acento argentino, dice que era tan
intraducible que lo dejaron así.
En cuanto al 3D, se muestra entusiasta
y lo compara con el impacto que tuvo el color en el cine -menor que
el del sonido, dice. Piensa que será lo normal en el futuro. Por
otra parte, no le gusta el uso abusivo, cuando te escupen encima.
Cree que se debe rodar sin efectismos y que incluso en las escenas
íntimas resulta más interesante. Es como estar en el teatro.
Habla de los conceptos de autoría del
director en los casos de imagen real y de animación, y ofrece dos
puntos de vista. Por un lado, dice conocer, como para salir del paso,
el oficio de los técnicos de cine de imagen real. Sin embargo, no
entiende absolutamente nada del trabajo de la animación y aquí
recita una serie de tecnicismos que se le escapan. Por otra parte,
todas las decisiones de la película, desde el color exacto de los
ojos del personaje, las toma el director, y en ese sentido reivindica
su autoría.
Se habla de dinero y aquí intervienen
más los productores. La película ha costado alrededor de 20
millones de dólares. La comparativa es brutal: estiman que una
película de Dreamworks ronda los 180, y una de Pixar los 200. Por
otro lado, una película de imagen real, de las grandes de
Campanella, cuesta solo 2 millones.
A pesar de un par de periodistas que
con malicia le preguntan si busca la revancha por haberse ido de
vacío con El secreto de sus ojos en otra edición del
festival, Campanella dice no guardar ningún rencor en ese sentido y
que ya tuvieron una buena revancha (en referencia al Oscar). Eso sí,
admite que fue decepcionante, porque aunque participar está muy
bien, siempre que le meten en un juego le gusta ganar, y dado el buen
recibimiento que tuvo la película le apenó no ganar nada.
Y así termina la rueda de prensa,
larga, en la que el director se ha movido como pez en el agua,
extendiéndose y filosofando con bastante sentido común.