Capítulo 1 De nuevo un jurado
Ya me golpeaban con ganas las olas en forma de días del noveno mes, los momentos se tornaban, sinceramente, más fáciles, sobre todo por el calor que ya no se pegaba a mi piel, en San Sebastián el castigo del sol es cosa de poco tiempo. Al entrar, después de un paseo obligado por la compra de la prensa, al edificio de la calle Soraluce que siempre me alberga con sigilo, un vecino anodino pero preguntón, extraño cerco de adjetivos para una persona pero cierto en este caso, se interesaba por los ruidos del anexo a mi buhardilla, la otra, la que hace poco hacía de nido de amor o picadero a un joven monarca de la vida, un atractivo joven con peinado destinado a la conquista que muy de vez en cuando celebraba sus fiestas sin miedo al castigo. A mí no me importaba, el añoro de otros tiempos acudía a mi persona escuchando sus risotadas y, seguramente en alguna ocasión, su turbación sexual, no sabría distinguir. Yo quise ser así, y creí haberlo conseguido.
Tras zafarme del angustioso y quisquilloso preguntón, abrí el buzón con aire cansino, no era demasiado viejo para cansarme pero tampoco lo suficientemente joven como para no pensar ni un momento en ello, y ya entonces descubrí lo que por estas fechas suele ser un habitual grato, pero a la vez comprometido. Un sobre distinto, lejos de la comercialidad mundana, penetró en mis ojos con una letra gastada y caída que rezaba mis señas con una firmeza que me hacían temer por el papel que contenía tales trazos. Entré en el ascensor con aires de grandeza. Aquella misiva me hacía sentir también grande. La otra pasión, además de tratar de vivir bien sobre todo comiendo en el camino, el Festival de San Sebastián, volvía un año más a exigirme una modesta aportación. La costumbre comenzó con el anterior director, simpático, y continuaba con el nuevo, no hacía demasiado, M.O, más entrañable, rezaban sus iniciales. La firma de agradecimiento por mi labor en una nueva edición rezaba bajo esas dos letras mayúsculas con pose de misterio. Permanecí por tanto en él.
Casi todo seguía igual, las mismas secciones con otros contenidos, el mismo proceder en cuanto al espíritu del concurso, las mismas expectativas de triunfo con un público siempre fiel, sin cambio de ideas, el espectador vasco medio, difícil de cautivar, pero no por ello fácil de eliminar. Pero todo eso no era mi cometido, el motivo de la carta era una opinión seria ofrecida a un hombre no demasiado recto, sino más bien egoísta, no confundir. Sentado en el sillón preferido de un cincuentón recién estrenado que no gasta en muebles, me recosté un poco más. No es que no me apeteciera, es que no me lo esperaba, y para los vagos como yo eso puede ser una tremenda distancia que recorrer con o sin billete para ello. Miré la botella de líquido espirituoso de soslayo, ni siquiera me había quitado los zapatos, me empujé los ojos con delicado cariño para ver bien por una ventana de cara al edificio en mayor liza de la ciudad, el Kursaal. Menudo favor nos hizo Moneo, mi opinión, que hay que tener algo controvertido para ser cosmopolita, desde ese punto de vista es hasta loable el cajón desequilibrado que se posaba desde la vista de mi ventana. Empezaría por juzgar, eso es, al igual que al mastodonte moderno que tenía ante los ojos testigo del caminar de personas activas en esa mañana. Juzgar al jurado. Si lo que se quería era mi crítica, mi editorial un año más con respecto a las decisiones del festival más luchador de todos, empezaría por esa sección que solo se recuerda al final de todas las proyecciones, un grupo de personas que tratan de dar premios y casi siempre regalan decepciones.
Una vez me dijo M.O en uno de esos cruces disimulados que solemos tener durante el trascurso del evento, haciendo como que no nos conocemos demasiado, jugando a que la superstición no nos hacía encontrarnos cada año por estas fechas en unas cartas llenas de suspense y misterio, “no quiero saber por qué hacemos esto, a mí me pasaron el presupuesto en el mismo zurrón que esta costumbre, seguiré escuchando tus notas con el respeto a los hábitos que se convierten en costumbres”. Yo hacía lo mismo, no contar a nadie como empezó todo, no mencionarme ni a mí mismo las absurdas pero honorables razones por las que seguir enviando mis pensamientos al respecto del acontecimiento internacional. Me limitaba a lanzarlas en papel con la esperanza de hacer mi trabajo como había sido encomendado en una nueva edición.
Después de coger uno de los periódicos para apoyar el primer folio, me acomodé de nuevo en el butacón, el primer nombre se quedó grabado en mi memoria, Laurent Cantet, presidente del jurado de la Sección oficial. Durante un segundo pensé en echar un ojo a la mencionada sección, pero me obligué a ceñirme al personaje en cuestión, francés, de 48 años, un ganador que elige sus trabajos con dedo tranquilo, pocos pero intensos. En 1999 recibió en San Sebastián el Premio Nuevos directores con Recursos humanos, en Venecia León de oro por El empleo del tiempo en el 2001 y La clase Palma de oro en Cannes el año pasado. Me fijo que este año ofrecen sus películas en la retrospectiva La contraola: el novísimo cine francés. No parecía el nombre ideal para llevar la presidencia por su clara tendencia a un tipo de cine, sus inquietudes si coincide con una serie de películas no demasiado templadas puede que choquen de frente, sin embargo parece que es calmado, tanto como para tomarse esto con el rigor necesario. Escribí mi visto bueno pero recomendando para otros años alguien más antiguo, con mayor bagaje, más diverso, al menos para la presidencia. Acoté que entiendo que pocos quieren venir, pero que hay que perseverar, no quiero ser más duro.
Pasé de línea y observé el primer nombre, Bong Jon-Hoo, un coreano de cine moderno, al que había seguido siempre, aunque con el desdén de conocer que posee un cine demasiado especial. El gran público le conocía por The host aunque Memories of murder, con la que ganó el Premio Nuevos directores en el 2003, era mejor. Mother, su último film formaba parte de la Sección Zabaltegi-Perlas. Su aportación era necesaria, un asiático, con la importancia del cine de allí aquí, y sobre todo en este festival en concreto es una obligación, el aire joven de este director me conmovió. Escribí notas cariñosas para el primero de la lista. Acoté, ya sé que de allí no vienen fácilmente a ser miembro de un jurado.
El siguiente nombre era Daniel Giménez Cacho, le conozcía de sobra, pensé en lo complicado que era no haber visto algo suyo como actor. Representante hispanoamericano, español de nacimiento en Madrid, pero criado y forjado en México. A pesar de sus logros no me parecía suficiente, no me parecía que llenara las expectativas de un jurado en el festival de San Sebastián. Su visión del cine, después de muchísimas películas como La mala educación, Cronos, Nadie hablará de nosotros cuando hayamos muerto o Celos entre otras muchas, se me escapaba del perfil de cine más festivalero y poco convencional. Su voto sería pues como el de cualquier espectador normal medianamente curtido. Escribí, hay que mejorar, deberes en verano y para el año que viene alguien más adecuado.
Samira Makhmalbaf, directora iraní de 29 años tan solo, que ya había dirigido cinco films entre los que destaca The apple. Ganadora el año anterior del Premio especial del jurado por El caballo de dos piernas, se presentaba como el premio a una joven trayectoria dentro del jurado casi siempre muy dispar. Su presencia en otros jurados de festivales importantes la catapultaban a este puesto. Escribí, es bueno contar con gente tenaz en el cine entre los miembros del jurado, teniendo en cuenta su talento, juventud y dificultades (creo que no le dejan filmar en su país y ha rodado en Afganistán con bombas explotando en los rodajes), supongo que es el precio que hay que pagar por ser un festival a la altura de los demás, o al menos al acecho. Buena elección, dará prestigio.
Empecé a tener hambre, de ese hambre que sentimos los vividores como yo más que saciado por los excesos en lo culinario. Antes de levantarme a preparar algo rápido cambié mi postura en el sillón y observé un momento las olas que rompen en la playa de la Zurriola. Lo hacían con una fuerza especial, como si cogieran fuerzas para acoger al cine dentro de una veintena de días. Me animé con un aliciente poético tan sencillo como ese, siempre fui bastante así, debilucho a ojos de hombres de mi tamaño. John Madden me dolía en el corazón al verle en una fotografía de director de teatro, que es lo que en realidad era. Shakespeare in love fue su gran éxito, después de años dirigiendo teatro, La mandolina del capitán Corelli otra muestra de su cine. Me resultaba difícil de aceptar. Mucho premio televisivo, mucha pose de trabajador visual incansable, pero se escapaba de mi idea de jurado serio del festival. Votaría según su gusto y no tanto según el cine lo requiere. Escribí, no me parece adecuado, como todo en la vida tiene un prisma distinto dependiendo desde la arista desde la que contemples pero no me llena. Algún anglosajón habrá que quiera dar el do de pecho.
Leonor Silveira era recordada por mi memoria visual en los múltiples films de la misma, siendo mujer, en mi pensamiento de hombre el aspecto belleza tiene más importancia. El que niegue que las actrices guapas triunfan más que las menos guapas miente. Manoel de Oliveira la llevaba a la fama en el país que la vio nacer, Portugal, y después de años en esto del celuloide empezaba a pertenecer a la clase política de su país colaborando en el Ministerio de cultura y varios ejemplos de puesto de relevancia donde cualquiera no llega, no nos engañemos, no pintaba demasiado. Escribí, una profesional de dentro de la industria en el cine es un intento de ser plural, pero en el jurado debería de estar el artista conocedor del medio y no tanto el ser que ha aprendido a ser diplomático. No me gusta.
Pilar López de Ayala era el representante propio del cine español este año. No podía entender que no existan más opciones. Sin embargo, tampoco iba a castigar este nombramiento vista la lista que estaba comentando. La zozobra me embriagaba. Volví a mirar por la ventana, parecía que el tiempo estaba cambiando. Empecé a notar que esos mencionados cambios no me sentaban bien, quizás es que estaba viejo pero hasta de mente. La joven actriz y su lugar entre los miembros que deciden me obligaba a pensar en un festival que tiene que adaptarse a los nuevos tiempos, un festival que debe renovar imagen y atracción general al público de televisión, ese que no está en la ciudad, pero que desea que sea uno de los grandes después de ver como otras ciudades y países se llenan de imágenes por todo el mundo trasladando la urbe a todos los confines. Supuse que ya no era el adecuado para opinar, pero me lo siguen pidiendo en la condena agradecida de las cartas. Me entraron ganas de contar en voz alta el comienzo del rito, pero el hambre volvió a hacer acto de presencia en esta ocasión rugiendo en mi interior. Decidí levantarme. Después, o mañana, seguiría comentando lo siguiente, ¿qué era?, las secciones, sí.
Mientras avanzaba hacia la cocina me acordé del jurado de Venecia, y tenía envidia. No podía evitarlo. En todos lados era complicado, y si al menos era así se debía tirar para casa o para nombres cercanos que solo los buenos organizadores saben telefonear. Me arrepentí de la dureza de mis letras pero no las borré. ¿Qué me diferenciaría si lo hiciera? Igual solo se trataba de un complejo de inferioridad para un festival que era inferior.