La sencillez enamora en Venecia


08 de Septiembre de 2011
por GSL

Los festivales de larga duración como el de Venecia corren el riesgo de hastiar al cinéfilo acreditado. Los periodistas no son ajenos a esta vorágine de cine: el pasado festival de Cannes se las prometía muy felices con una selección de vértigo y, sin embargo, toda vez que Captured, de Brillante Mendoza, no llegó a tiempo al certamen, la película que guardaban en la chistera, un divertido homenaje al cine mudo en blanco y negro titulado The Artist, de Michel Hazanavicius, se convirtió en una de las favoritas de la crítica.

Ni Lars von Trier, ni Pedro Almodóvar, ni Terrence Malick, ni los Dardenne, ni Aki Kaurismäki, ni nadie: el cine mudo en blanco y negro. ¿Mérito de The Artist? ¿un arrebato de nostalgia? ¿Un rechazo a la vanguardia? Puede que fuera todo eso, pero esta reacción insólita demuestra inexorablemente que para hacer buen cine y gustar al público no es necesario viajar, como un boomerang, por el espacio circundante, explorar el mismo oxígeno en territorios más lejanos. Al final, el punto de destino es siempre el mismo: el buen cine. Tan sencillo como eso.

Pues bien, ayer tuve esta misma sensación en Venecia.

Había visto Shame, de Steve McQueen, y me gustó: el director tiene un talento innato para la imagen y Michael Fassbender y Carey Mulligan se devoran en la pantalla. Sin embargo, la película no termina de lanzarse al abismo que inevitablemente se plantea al abordar un tema tan peliagudo e inexplorado en el séptimo arte como la adicción al sexo. McQueen, el hambriento McQueen, quiere y no puede. La técnica impecable y el excelente final abierto no desempañan la niebla de conformismo y convencionalismos que inundan el último tercio de la cinta. Así que no, Shame no es la obra maestra de McQueen. Pero llegará. Tiempo al tiempo.

Lo mismo puede aplicarse a Dark Horse, de Todd Solondz. La película trepa por sí sola hasta la cima en apenas cinco minutos. El espectador está viendo al mejor Solondz, el sarcástico Solondz de Happiness que no deja títere con cabeza. Sin embargo, el guión de Dark Horse se queda como en suspenso: no hay recorrido, la sátira no desemboca en algo más, al avión se le han oxidado los motores y cae poco a poco. El silencio que acompañó los títulos de crédito en la Sala Grande fue de lo más elocuente.

Tampoco satisficieron las expectativas creadas The Invader, de Nicolas Provost, ni Terraferma, de Emanuele Crialese, ambas en la sección Orizzonti, ni Himizu, de Sono Sion, ni Cumbres borrascosas, de Andrea Arnold, en competición. A la crítica tampoco han entusiasmado el oportunismo de la selección de la cinta nipona (el desastre de Fukushima como escenario de una alegoría sobre la autosuperación individual que sacará adelante al archipiélago) y el giro de 180º de la directora británica en la adaptación intimista y animal del clásico de Emily Brontë.

Así las cosas, las películas de mayor bombo de la Mostra ya habían sido presentadas. Polanski y Alfredson gustaron y mucho. Cronenberg y Clooney también gustaron, aunque algo menos. Soderberg y Ferrara decepcionaron. En general, el certamen está siendo de alto nivel, igual que lo fue Cannes este año. Y, al igual que en Cannes, también en Venecia ha desembarcado una cinta inesperada, una película que fui a ver sin referencias y sin expectación alguna, una obra que recuerda, como The Artist, la humildad y la artesanía que caben (siempre han cabido) en un séptimo arte ebrio de vanguardia y falto de inspiración.

La película se llama A Simple Life (imposible un título más elocuente). La dirige la china Ann Hui.

Hablaremos de ella próximamente.





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Tags: David Cronenberg, Directores, Festival de Venecia, Festivales, Lars Von Trier, Festival de Cannes, Pedro Almodóvar, Roman Polanski, Terrence Malick



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