El 28 de este mes se estrena Enemy, película dirigida por el canadiense Denis Villeneuve y que llega con llamativa cercanía respecto a su anterior estreno, la más comercial Prisoners. Curiosamente, si no me equivoco, en lo que a la producción de ambas el orden fue el opuesto: fue durante el desarrollo de Enemy que Villeneuve recibió la propuesta de realizar ese otro trabajo más Hollywood, más asumible y dirigido a un séctor más amplio del público -aunque es de agradecer que finalmente se decantara por ofrecer un producto para todos desde una perspectiva adulta, aún oscura.
El que Enemy haya necesitado más tiempo para llegar a nuestras salas habla a las claras del tipo de película que se presenta: Nos encontramos ante una propuesta más difícil, más sinuosa, más áspera, infinitamente más críptica y antipática con el espectador.
Mi intención no es hacer un comentario crítico al uso, tampoco una loa fácil (entendiendo como entenderéis, por ese último comentario, que me declaro un admirador de la película). Quería picaros la curiosidad o lanzaros un reto o, más bien, utilizar el viejo truco que tanto funciona en Euskadi: "¿No hay huevos o qué?" Ipso facto, os lo prometo, todo euskaldun acepta el reto tras esta conjura mágica que pone en solfa y duda su valor e incluso su valía. Si se me permite la caricatura... ¡no falla!
Y os lanzo el mismo reto con Enemy. Porque es una película que parte de un escenario incómodo: Tener que aceptar ser juzgada a la par que su material de partida, nada más y nada menos que una novela de Saramago. Y, para colmo, lo hace por un camino complicado, quizá el más complicado (por partida doble): Por un lado quiere ser una obra artística con entidad propia, no una traslación fidedigna y miedosa del material original, huyendo de respetos excesivos. Por otro, no quiere darle al espectador nada masticado, le invita a participar de lo que ocurre en la pantalla a través de emociones, de sensaciones puramente audiovisuales y también de símbolos que, a menudo, se antojan claramente polisémicos -y perdón por la pedantería.
Enemy es el perfil exacto de película que levanta pasiones o despierta pataleos en el patio de butacas, en los pases de prensa de festivales. Es lo que pasó en San Sebastián, donde pude verla. Además tiene la osadía de cerrar la película (tranquilos, no va ningún spoiler) con un guiño y una chulería muy relacionada con los propios símbolos con los que juega la película, regodeándose quizás. A mí me gustó, pero intuyo que esa última imagen enervó aún más a aquellos que no habían entrado en la película y les empujó a abuchear, silbar y patalear con más intensidad. Peor para ellos.
Yendo a lo que la película es (a mi entender, que no tiene por qué ser el de nadie más), creo que Villeneuve sabía perfectísimamente cuáles eran los puntos A y B: desde dónde y hasta dónde quería llevar a sus personajes; pero tenía aún más claro que, por el camino, quería establecer una sucesión de laberintos (laberintos gramaticales, laberintos semánticos, laberintos poéticos; donde en Prisoners era, simplemente, un laberinto en su más literal y plano significado) o, por usar un símil al que la peli invita, telas de araña que nos impiden seguir literalmente lo que vemos y nos atrapan (si nos dejamos) para vivir y sentir la experiencia, para notar el peso de la atmósfera (cargadísima) de la película sobre nuestra propia cabeza, nuestros propios hombros. De algún modo, tal como Kubrick hacía en 2001, es a través de las sensaciones auditivas y visuales que creemos ir componiendo poco a poco las respuestas al laberinto emocional que la película nos plantea. (En 2001, desde luego, menos emocional y más a un nivel casi exclusivamente intelectual.)
Esta comparación con 2001 puede resultar excesiva pero el propio Villeneuve reconocía recientemente que había sido una de sus referencias a la hora de abordar la película.
Así que mi invitación ya sabéis cuál es: que os dejéis atrapar en la tela de araña de Enemy y os olvidéis del reloj, de prisa alguna. Porque la película tiene su ritmo, necesita ese ritmo, el que tiene. Y luego ya me contaréis.