Como todos los años, continúo con la tradición de elegir las que considero que son las mejores películas de estreno en 2010 en nuestro país. Este año hemos podido ver películas de un nivel medio muy aceptable, aunque, al igual que el año pasado, no hay demasiadas películas que destaquen claramente por encima del resto.
Sin duda, la película que más ha
destacado este año es, una vez más, el último trabajo de
Christopher Nolan, Origen,
con el acostumbrado éxito arrollador de crítica y público, Nolan
se reafirma como el hombre más fuerte de Hollywood, capaz de
reventar la taquilla también con sus trabajos intermedios (entre
murciélago y murciélago). En esta ocasión nos deslumbra con un
megalítico puzzle de un guión escrito en varias líneas de
profundidad, con el ritmo al que ya nos tiene acostumbrados y con una
banda sonora implacable. Su regusto a enigma ha dado mucho que hablar
aquí en Precríticas, donde nuestro compañero Hypnos nos mostraba
las claves para entender Origen. Sin embargo, más allá de los
juegos de pistas, de la realidad y el sueño, lo que tenemos, una vez
más, es una muestra de prestidigitación, que vuelve a crear ese
espíritu que sólo encontramos entre las cuatro paredes de una gran
sala de cine. No es la mejor película del director, pero sí está
muy presente toda su esencia.
Wes
Anderson lo ha vuelto a hacer. No importa si está trabajando con
animación, o si se basa en una historia del infantilón Roal Dahl.
Él lo lleva todo a su terreno y consigue hacer una película con su
marca grabada a fuego. Su planificación, sus personajes, sus
conflictos. Si hay una cosa por la que la técnica de animación se
diferencia de su cine habitual, es el gran partido que le saca.
Imágenes bellísimas, juegos inteligentes con el stop motion, un
color impecable, una atrevida banda sonora de Alexandre
Desplat y un regusto por
los movimientos artificiales que hace de esta película una obra
deliciosa a la altura de sus mejores películas.
El
cine carcelario se ha puesto de moda, al menos fuera de las fronteras
de EEUU. Hace poco nos llegaba Leonera de Pablo Trapero. A finales del 2009 pudimos ver la opción española,
triunfadora en los Goya, Celda 211,
y en nuestro país se estrenó ya a principios del 2010 la francesa
Un profeta. En los
tres casos podemos encontrar un estilo realista y ajeno a muchos
tópicos, como si quisieran reivindicar su existencia al margen del
universo de Hollywood. Por otro lado, aunque con claros elementos
sociales, no olvidaban sus raíces del género. La más interesante,
a mi modo de ver, se la debemos a Jacques
Audiard, uno de los
directores franceses más gratificantes. Toda la potencia de Audiard
está bien enfocada en esta película que combina un estilo realista,
crudo y social, con una trama al estilo de El padrino,
consiguiengo así una obra de lo más completa. Para todos los
gustos.
Una de
las películas con mejor acogida de este año ha sido el nuevo
trabajo de David Fincher,
un director que siempre responde, y que ha sabido crear -a partir de
una premisa francamente poco prometedora- una película inteligente y
de ritmo envidiable. El mayor valor del film es lo bien que define la
sociedad digital y sus nuevas propiedades, no tanto a través de lo
que cuenta (que también) sino directamente mediante su forma. Sin
apenas recurrir a la pantalla del ordenador, Fincher disecciona unos
comportamientos y un ritmo de vida que vienen marcados por las nuevas
tecnologías. Estupendo retrato social, por tanto, que además está
aderezado con la plasticidad propia del director y un impecable
trabajo de Trent Reznor y compañía en la banda sonora que a su vez
se adapta perfectamente a los nuevos tiempos.
Y si
hablamos de disección social, no podemos olvidarnos de la última
película del terrible Michael
Haneke, La
cinta blanca. Aunque la vida
principal de esta película (en festivales y a nivel internacional)
transcurrió en 2009, a nuestro país no llegó hasta el 2010. La
incluyo por lo tanto aquí, avalada por la enorme cantidad de premios
(finalmente se quedó sin el Oscar, al igual que Un Profeta). Un
análisis extremadamente contenido, frío y cruel, al que ya nos
tiene acostumbrados el austríaco. Entre tanta película de mensaje
evidente, resulta refrescante encontrarse con una obra de idea
implícita, un pequeño estudio de grandes pretensiones que despliega
con cirugía certera un guión repleto de matices y sin niguna
concesión extra. Igual que su árido blanco y negro y la ausencia
total de banda sonora, que se aceptan como plato fuerte sin
rechistar.
Otro
plato fuerte, pero en el otro sentido (de la austeridad al mayor de
los derroches), en el que Martin
Scorsese se dedica a
experimentar con las posibilidades audiovisuales al servicio del
terror psicológico. Con esta, Leonardo
Di Caprio protagoniza su
segunda película agotadora del año, con interesantes paralelismos
en cuanto a la situación mental del personaje (con respecto a Cobb
de Origen). Una intro
implacable gracias al sonido aterrador de esa inquietante banda
sonora. Una potencia visual cargadísima, que junto con las
eficientes interpretaciones, compensa una trama muy débil de la
novela del tramposo Dennis
Lehane.
Este año han vuelto los Coen, sin hacer demasiado ruido, después de sus exitosas últimas películas. Lejos de Brad Pitt, lejos de Bardem. Han querido volver a su cine más personal, y lo han conseguido sobradamente sin caer en la autoparodia. Con el desconcierto de algunas de sus mejores películas como Burton Fink, y su humor cínico reconocible, consiguen una genuina película Coen que hará las delicias de sus mayores fans.
Ganó el Oscar y no era la mejor película del año -cosa habitual- pero sí que suponía una revisión refrescante del thriller bélico. Entre el realismo documental y la apariencia de ciencia ficción, la película consigue ser, no sólo un buen acercamiento a la psicología del militar desplazado al frente, sino una entretenida cinta de acción.
Otro
tipo de biopic es posible. Para los que más cansados estamos de la
estructura clásica y masticadísima de un guión biográfico, es de
agradecer encontrarse con este derroche caleidoscópico que se
adentra en la personalidad de Bob Dylan. Sin distinguir las anécdotas
reales de las que nacen de la inspiración del personaje.
Sorprendentes interpretaciones, especialmente la de Cate Blanchett,
que sirven para componer de un modo muy original, las diferentes
facetas del artista.
La
opción de cine independiente más comercial del año viene, como no,
de la mano del director de Juno,
Jason Reitman.
Con un George Clooney afinadísimo en un papel hecho a su medida, la
película lanza de forma lateral su mensaje sobre la precaria
situación laboral, mientras aborda una película sobre personajes,
que a pesar de su tono actualizado, juega con un estilo narrativo muy
clásico.
Si en
Up in the air hablábamos de cine independiente, aquí no podemos
sino utilizar la palabra indie a la enésima potencia. Tan indie como
un artículo de la Rock Deluxe, tanto que cae de lleno en la parodia
de aquello mismo que lo sustenta. Una película que atiende muy poco
a cualquier tipo de norma (formal o narrativa) que no sea la de
enfatizar su propia personalidad. Repleta de guiños y referencias a
la cultura pop moderna, esta película extrae lo más superficial de
nuestros jóvenes.
De lo que nos ha dejado el cine español, por mucho que en Balada triste de trompeta hubiera elementos interesantes, lo que más me ha contentado ha sido esa pequeña locura de Buried. Todo un despliegue de acción trepidante dentro de una caja, con una dirección de Rodrigo Cortés que saca de donde no hay. La enésima demostración de que el cine de género en España es posible. Aunque con algunos flecos irregulares en el guión, funciona de maravilla y es deliciosamente angustiante.