No ha sido una de las mejores
ediciones, está claro, pero también ha habido algún título
reseñable, sobre todo en la recta final del festival. Aunque lo mejor de la Semana de Terror es el ambiente, pero eso es más difícil de reproducir aquí.
Seguramente la película más
interesante este año ha sido la ópera prima del hijo de David
Cronenberg, Brandon Cronenberg, Antiviral. Lo primero que
salta a la vista es el sello del padre grabado a fuego. No es sólo
que trate ciencia ficción con tintes de horror desde un punto de
vista cerebral, ni siquiera su gusto por lo enfermizo. En eso hay una
herencia evidente que cabía esperar. Pero es que también recurre a
elementos concretos, la fusión entre lo tecnológico y lo orgánico,
o, incluso, las grabaciones en vídeo de personajes. Puro Videodrome.
Quizá echo en falta algo de personalidad propia, pero tiene valores
muy interesantes. En lugar de explicar su extraña premisa, se
permite buscar cierta complicidad en la parte más enfermiza del
espectador -para quien la tenga- y aunque algunos elementos sean algo
excesivos, el conjunto resulta enriquecedor.
John Dies at the End fue la
película sorpresa, del director de culto Don Coscarelli (Bubba Ho-Tep, El señor de las bestias). Una verdadera
locura de guión en la que cualquier cosa puede pasar en un mundo
dominado por lo paranormal y las múltiples dimensiones. Es muy
divertida y original, pero su verdadero valor es que, partiendo de un
cheque en blanco no termina de caer en el todo vale, y muestra su
propia coherencia. Un surrealismo alucinógeno, psicotrópico, que
avanza sin desfallecer un momento en ritmo, subiendo la apuesta de lo
inesperado en cada escena, con un derroche absoluto de imaginación.
¿No reasons?
Thai Chi Zero, otra locura, esta
vez más contenida. Una película de artes marciales fantásticas,
con el elegido, el maestro y demás. Algunos aspectos la diferencian
de la mayoría. Por un lado, que esté adornada con steampunk, que
aunque no aporte mucho estéticamente es agradecido. Por otro lado,
su gusto por los rótulos explicativos y como se utilizan en favor
del chiste sin complejos, que es lo mejor de la película. Ritmo,
atrevimiento visual y una estética que bebe tanto de las típicas
artes marciales como del videojuego.
The Tall Man. Pascual Laugier vuelve más tranquilito después de su ultraviolenta Martyrs.
Diría que tiene varios puntos negros este segundo trabajo suyo. Es
bastante tramposilla, con un par de giros en los que hay que mirar
para otro lado y no pensar. Además tiene un mensaje demasiado
apestoso. Aunque quizá esté ahí precisamente su interés. En esta
ocasión la provocación no está en la violencia, sino en un
planteamiento ético fácilmente rechazable. En todo caso,
formalmente bastante sólida, bien ambientado, entre el terror rural
y la fábula con buenas dosis de violencia, lo que se dice hostias
bien dadas.