Liv Ullman, premio Donostia

Liv Ullman quiere decir unas palabras antes de las preguntas. Dice que le dan el premio por su edad, porque si no ya se lo hubieran dado antes cuando recibió la concha de plata en San Sebastián por La amiga. Habla de las recientes muertes de Bergman y Antonioni. Para ella son más importantes para el mundo que todos los exministros. Los políticos escriben en arena, mientras que el trabajo de estos directores perdura. Además, los políticos están influidos por sus patrocinadores, tienen intereses creados, mientras que estos cineastas trabajaban con la verdad. Confiesa estar orgullosa de formar parte de esa profesión en la que se puede influir positivamente a las personas.

Para los políticos tiene más que decir durante las preguntas. Le dice a un periodista que le hace una pregunta que a veces, una frase que puede escribir él vale mucho más que “la mierda que nos cuentan los políticos”. Ella asegura que no está aquí como política, aunque a veces las elecciones son una manera de ser política. Está contenta porque puede hablar o escribir sobre problemas mundiales como las guerras y otras injusticias.

Se le dice que ella siempre ha buscado el cine de compromiso y ha dejado de lado el de entretenimiento, a lo que ella niega con el dedo rotundamente. “El compromiso no tiene por qué ser serio”. Habla de “El compromiso con la risa”, y nos relata su experiencia del día anterior viendo la película Un funeral de muerte de Frank Oz que se proyecta en el festival. Le encantó poderse reír a gusto. Explica que había un español junto a ella (alguien levanta la mano) ¡eras tú! Explica como a culturas tan diferentes, posiblemente religiones diferentes, les puede llegar el mismo humor. “Ojalá pudiera hacer una comedia pero nadie me lo pide”.

Se queja diciendo que cree que ella es una mujer divertida, que no sabe por qué no le ofrecen comedias. “La gente cree que soy triste, una tía seria”. Nos relata, a petición de alguien de la prensa, una anécdota en la que su gato se metió en la lavadora y se cerró la puerta, como ella no controlaba bien el electrodoméstico, intentando abrirla le dio al encendido, así que lavó su gato en la lavadora. “Aunque no sé si eso fue gracioso.”

Habla del cine nórdico como conjunto, y dice que sí se puede reconocer como tal, especialmente por el frío, los inviernos oscuros, etc. Sin embargo, también se están haciendo películas que podrían haberse hecho en otro lugar y sin necesidad de tener que copiar a las películas norteamericanas.

Se habla mucho de Bergman, claro. Para ella ha sido la relación más importante en el cine. Pero, en el sentido opuesto, según cree, no habrían sido las mismas sus películas sin ella, “quizá habrían sido mejores, pero habrían sido diferentes, en todo caso”.

Recuerda los rodajes como felices, aunque las mayoría de las películas tenían unas temáticas oscuras, atormentadas, en el lugar de rodaje se bromeaba mucho, “se le ponía verde al director”. Cuando empezaban a rodar todos se ponían serios, pero luego volvían las bromas. Sus rodajes más felices han sido con Ingmar Bergman.

Dice que no cree que su cine se parezca al de él, que tienen diferentes formas de ver la vida. Por ejemplo, él no es creyente, mientras que ella cree que Dios está dentro de todos nosotros. Por esa razón, ella dirigió alguna película en la que era importante esta temática, que Bergman no había querido hacer, pero ella cree que quería que otros la hicieran para él. Su gran virtud como director no era que fuese exigente, sino que te reconociera. Sabía escuchar, “conectábamos”.

No cree que el cine de autor se haya acabado con Bergman y Antonioni, al contrario de lo que se le plantea. Ellos también tuvieron sus dificultades en aquellos tiempos. Ojalá que el cine de autor continúe, al menos, mientras yo viva. Pone como ejemplo de cine de autor la película de Sayles, Honeydripper.

Finalmente se dedica a firmar los muchos autógrafos que se le piden.