Resulta que, al fin, se estrena lo nuevo de Koreeda, Soshite chichi ni naru. O Like father, like son. O Del tal padre, tal hijo. El título tiene retranca por cuanto la nueva apuesta del director nipón arranca precisamente de la constatación tardía, por parte de dos familias, de que cruzaron los bebés al nacer. Cada crío, por tanto, está en la casa equivocada. No destripo nada, tranquilos; ésta es la premisa, el punto de partida que Koreeda presenta ipso facto, casi tan pronto como el haz del proyector impacta con la pantalla. Perdón por la pedantería.
Tuve ocasión de ver la película en la más reciente edición del Festival de Cine de San Sebastián, en el marco de la sección Perlas de otros festivales, si no recuerdo mal. Lo que segurísimo recuerdo bien es el entusiasmo con que la he recomendado, posteriormente.
La lectura más evidente tras ver lo nuevo de Koreeda es que estamos ante el ejemplo perfecto de película que consigue llegar al corazón de una forma alarmantemente directa y eficaz. Siendo claros: La película te desmonta, te baja la guardia, te rompe, te hace llorar. Y lo consigue sin ese empleo tan pornográfico de la sensiblería con que suelen tratarse temáticas como la que ocupa esta película. Porque, sí, es un argumento para telefilm. Pero no en manos de Hirokazu Koreeda.
Sin embargo, pensando en la película me llama la atención un detalle: No es una película que parezca destacar en diferentes facetas; me explico: No tiene una fotografía que llame la atención. Tampoco lo hace la música. Los actores están correctísimos, impecables, pero Koreeda acierta al presentar personajes reales, creíbles (pese a las diferencias culturales, para nosotros, espectadores occidentales), lo cual hace que no encontremos personajes de risa y llanto con los que algún actor espabilado se luzca más de la cuenta.
Creo que me vais pillando. No estamos ante la típica película preciosista de festival. Koreeda es cristalino, su acercamiento al drama de sus personajes es tranquilo, aunque no frío, porque no es un mero observador, no nos presenta la historia desde la distancia. Diría que es un observador cercano. Respetuoso. El guión y la (bien disimulada) mano de hierro con la que Koreeda nos va presentando los hechos (porque eso es estrictamente lo que hace) nos va bajando la guardia pero tan despacio, tan sutilmente, que no nos damos cuenta. Y de repente estamos entregados. Tanto que cuando uno de los padres (interpretado por Masaharu Fukuyama), solo, protagoniza cerca del final la escena más emotiva de la película -tranquilos, no pienso desvelar nada- yo mismo, como espectador, noté como me rompía por dentro. Y hasta ahí no me había dado cuenta de que Koreeda ya me había dispuesto para ello… pero lo había hecho con todo el cariño y la honestidad del mundo. Sin trampas.
Es emocionante salir del cine y descubrir que hemos asistido a dos horas con tanta vida y tanta verdad. En forma de película.