Hace ya algún tiempo que poco a poco Woody Allen está pensando en pasarse de rosca, quiere vivir la vida lejos del Manhattan que siempre le dio para comer dando vueltas por países y a cada vez se muestra más perezoso, espero que en breves no se convierta en típico. ¿Dónde está ese clasismo intelectual que demostraba? ¿Dónde están esos chistes tremendamente voraces y además imparables en ritmo y vigor? ¿Dónde están los quiebros razonablemente teatrales que infringía en sus guiones? ¿Dónde queda la lucha por dar rienda suelta en diálogos a actores que siempre tuvieron talento aunque no hicieran cine de taquilla?
A Roma con amor es un claro ejemplo de posible punto de inflexión terrorífica. Únicamente he podido reconocer el cine de Allen en un personaje desaprovechado como el de Alec Baldwin y en el propio director muy por debajo de sus posibilidades con cuatro frases inconexas no provocadas. No me ha hecho gracia, cortos estertores de sonrisa y con esfuerzo, no me he cuestionado nada, avanzando sin elegancia por el camino corto, no me he asentado en el sofá, con el dedo más cerca del botón de avance que en el de retroceso.
Sé que tarde o temprano tendré que decir abiertamente que Woody Allen ha empezado a decir tonterías, pero no pensaba que iba a apetecerme decir que las estaba haciendo. Este innecesario alegato a favor de una ciudad como Roma, de esta manera, con Penélope Cruz vestida de rojo y corto, no tiene sentido. Por favor Allen, vete desmenuzando haciendo menos films al año o simplemente bajando el nivel de manera más extendida, así tan de golpe, me siento demasiado decepcionado.