Los sonrientes Fernando Trueba y Javier Mariscal, que aparecen en la película de manera burlona, creativa y ególatra, se lo han pasado en grande, el uno “musiqueando” y el otro dibujando. Se han divertido y eso se nota en el ritmo, los detalles y la dulce mirada de una historia de amor contada y cantada.
Con un dibujo hasta agradable, poco infantil y muy de guiños hacia el adulto, la película supera el peligro de la animación en muy pocos minutos a través de una entrada en harina fluida presentando a Chico y a Rita como lo que son, el centro del universo, lo único importante en la restante hora y media.
Toque histórico medido, detalle musical para apasionados de sus momentos en el tiempo, fotografías de una época con recursos valientes y una historia de amor, sobre todo, bella y preciosa como pocas. Porque Chico y Rita es sobre todo una historia de amor que en su contexto aún evoca mayores y profundos sueños.
Acercarse a Chico y Rita es dejarse llevar por un cuento de hadas con muescas de dolor, con realidades poco gratas en ocasiones pero también a un juego de mezquindad de la vida que en nuestros tiempos quizás ya no se pueda lograr. Sus rincones y paseos, sus diálogos y promesas, son un sorbito de aire fresco en medio de dibujitos que son a veces hasta mejores que la vida en una historia de amor de las de siempre.