El hombre de al lado es un cuadro que se mueve lentamente con la creciente aceptación de un público entre expectante y cómodo por los hechos que no cesan. El viaje interior que nos propone, la delgada línea roja que nos propone está pensada, no quiere dramatizar y consigue un equilibrio notable entre el entretenimiento (no aburrimiento) y la calidad de un cine que busca.
Ambos personajes cabalgan juntos en distintos parajes desérticos, cada vez más cercanos, intercambiando políticas de estado en un juego social que muchos de nosotros reconocemos. La película es una caída de decorados y muros, una fórmula sencilla de criticar el concepto de vida moderna que nos agota y también una vuelta a la naturaleza fugaz que a veces nos alberga.
Filosófica y cuidada, juguetona pero respetuosa, es una oferta necesaria de la cartelera que no va a llegar a todos los público aunque sea para todos ellos. Pasarse con calma a sus minutos no defraudará a los amantes de las propuestas y aturdirá a los que buscan una risa provocada sin fondo detrás.