Habemus Papam se mete en las mentes de sus espectadores, creyentes o no, con la clara intención de mostrar una Iglesia inocente y un discurso alternativo a la religión Católica que haga remover conciencias. El logro del film es su consecución del objetivo, criticar y desnudar sin ofender a la Santa Sede.
La fotografía de los cardenales es por un lado bondadosa y servil, pero por otra cruel para con su sentido de la lógica y la sensación de incapacidad. La silueta del Papa es una silueta con barro de hombre, con un Michelle Piccoli hasta cándido, en busca de la liberación, perdido, un actor disfrazado en definitiva. El contorno de la película, aislando al periodismo y a los seguidores de la fe, es una sátira burlona muy bien intencionada que aconseja redirigir los postulados universales del cónclave. Y todo ello con tranquilidad y sin diálogos misteriosos, simplemente la mentira piadosa como vehículo del bien.
Así, tras sus minutos entretenidos y poco jocosos pero sí curiosos, uno se encandila de las siguientes elucubraciones y pasos a dar por el tumulto de señores indefensos y disfruta de la película a la espera de un final conciliador. El golpe de efecto de la enfermedad, la depresión de Dios, su decisión final, egoísta y fiera, deja a las claras un poso de tragedia esperada en un film casi cómico.
Se agradece el ejercicio de Nanni Moretti, un director que trata de ofrecer siempre (El caimán), por ir más allá, se agradece su muestra poco ácida pero dura del Vaticano, y se agradece un film que entre un poco más en el secretismo de un mundo para nada tan bonito al menos desde un prisma de humor. Sabe a poco, no hace sangre, pero reflexiona con elegancia sobre el cimiento más blando de una doctrina.