No me ha disgustado nada la película La deuda de John Madden (La verdad oculta) con Hellen Mirren y Jessica Chastain (Criadas y señoras o El árbol de la vida) como papeles inmensamente principales. Su dinámica de pasado presente, su retorcida manera, pero sencilla, de engañarnos vilmente con la justificación de la trama, ya me ha seducido en sus primeros momentos. Después, cuando se agota la paciencia de público y protagonistas surge la Mirren, como se atreven a decir en los gallineros más profesionales, para remeternos en la película a golpe de cierto suspense muy creíble.
Bajo la partitura de Thomas Newman uno se va sumergiendo más en el misterio que en el emblema moral de los personajes, es cierto, demasiado ruido de remordimientos, pero las idas y venidas temporales, algunos planos muy decentes y los ojos de Jessica Chastain, logran dominar cualquier intento de sometimiento para con lo comercial y permitirnos momentos de respiro para aprovechar lo que queda en el poso del café.
Sin duda es una de estas películas que entran muy bien, sin ayuda de palomitas, disfrazafas y poco llamativas, como de otra dimensión, como si uno no recordara que estuvo en la cartelera, que refrescan un poco, hace que uno la acabe con el orgullo de haberla encontrado y habérsela llevado.
La escena final, con esos dos cuerpos ancianos sobrecogiéndose, con esas dos almas atentando contra sí mismas, ganados y vencidos por igual tras tantos años, es un regalito para el expectante curioso que se debate entre el la intriga y los internos derroteros de un trío más flojo en el lado de Sam Worthington. La película es un regalito para la esperanza de poder llevar al cine moderno, no tan de género, un poco de diversidad pegadiza en la butaca.